Friday, November 25, 2005

BUSCAR ADENTRO.....

Un teclado, una pantalla, unas cuantas vivencias, un poco de imaginación, y mucho, muchísimo tiempo libre. Que pasa por mi cabeza, a parte de la sensación física de rasquiña, porque estoy sin camisa, y los dreads me rozan el comienzo de la espalda y me pica. No se, afuera llueve y quisiera salir a mojarme completamente, pero después?, aunque…. Todo es culpa del calor endemoniado que en los últimos tiempos se ha apoderado de mi ciudad: mi ciudad bonita. A parte de las gotas de agua que golpean con violencia las ventanas, el escozor en la espalda, un mechón que se me atraviesa en la cara (maldita sea, movimiento brusco de cabeza hacia atrás para ahuyentarlo), y alguna canción ignorada, no pienso en absolutamente nada más. Ni siquiera en esto que escribo, esto es pura escritura automática (concepto caicediano), palabras irreflexivas, sin razón, pura basura, pero en fin….

La mano al bolsillo del pantalón caki (caqui?) que llevo puesto hoy, los belmont se esfumaron, aunque tenía la seguridad de que…. Maldita sea, regale el último en la mañana solo por tener algo de compañía mientras inhalaba el humo (nicotina alquitranada, suena como a pavimento para los pulmones), y lo peor: ni hable, me quede impasible escuchando sin atención no se que palabras, mientras comulgaba con el humo gris de mi cigarrillo…y el calor.

Pero en fin no pienso en nada importante, trascendente (o si?), lo único que importa es que el otro miércoles (si, el 30) saldré a vacaciones después de estar en un trabajo donde desde la primera semana conté los días como un preso para que se pasaran con rapidez. A la larga creo que mis súplicas funcionaron, ya el miércoles es treinta y lo voy a celebrar sumergido en las botellas y en compañía de amigos, los de siempre.

Por que todo el mundo me importuna y me fastidia preguntando  que voy a hacer, que quiero hacer. No se dan cuenta que lo único que quiero es que sea 30, después veré. No soy como ustedes, porque no van viviendo de a poquito maldita sea?, pero bueno, vayamos más despacio. Primero lo primero, vacaciones de último semestre de universidad que retumban como un macabro eco en mi cabeza recordándome que lo que resta es trabajar, aburrirse frente a un escritorio frío (o caliente, con estos climas), cuando lo que quiero es absolutamente todo lo contrario: una inutilidad rutinaria, muchos libros, algo de música y cine (que se noten las preferencias), escribir un poco, mirar que sucede con Paola, encontrarle algún sentido a su muerte, o a mi vida. Tampoco me pregunten por el examen de estado, no he estudiado nada; que días me preguntaron si sentía miedo, y por un instante quise escupir la cara de la gorda que me preguntaba, por que me va a dar miedo, me va a morder una hoja?, o de pronto en un intento por asesinarme se confabulen mi tajalápiz y mi lápiz mongo, número 2 y resulte perdiendo un ojo en la batalla. Lo que me da es pereza tener que levantarme un domingo a las seis de la mañana, y el treinta tan cerca…

Escucho un poco de bob marley y me pregunto que carajos quiso decir con iron like a lion in Zion, tal vez hay que estar bajo los místicos efectos de la ganja para comprenderlo. Pero bueno, luego it´s a punky reggae party, and it´s all right.

Me doy cuanta que si se escucha música mientras se escribe, el texto se ve influenciado, pero no voy a apagar los altavoces, voy a dejar que la heterogeneidad de los ritmos me lleve al final de esta reflexión sin sentido.

Me persiguen los fantasmas de Vlad, será que le falto algo a ese cuento. Estoy escribiendo uno nuevo al respecto para justificarme. Fue extraño, primero una primita me mostró un librito de cuentos infantiles donde el macabro rey era un personaje, luego en la revista semana un artículo sobre dos putas que escribieron un libro al respecto, si, otro. El nuevo orden vampiresco mundial? No se, necesito un exorcismo.

Me tiembla un poco la mano derecha, maldito parkinson prematuro…O no, tal vez falta de algún vicio: el licor tendrá que esperar, no hay quien me prepare un buen café (inutilidad constante). Me conformare con un cigarrillo, me alegra tener monedas sueltas, un belmont o tal vez dos. Y así, ya sintiendo el humo intangible en mi garganta debo dejar de escribir.

Exodus, movement of jah people.

Monday, November 21, 2005

PURGATORIUM

Tiempo después de que el camión lo arrollara, dos hombres vestidos de blanco como los ángeles le llevaron a una casa grande, gris y sombría. Le advirtieron que debía esperar allí algún tiempo.

Dentro del inmenso recinto pasaba junto a cientos de personas que con injustificada persistencia le ignoraban. No tardo en comprender que había muerto.

Al comienzo sintió una tristeza desaforada, pero apartó de si el dolor al asimilar la inutilidad de su sufrimiento. Fue así como se dedicó a escribir historias que se esmeraba en olvidar para poderse deleitar con el hedonismo de ser su único lector.
Un día leyó el cuento de un hombre cuya vida era una miseria, y que aligero la carga de su ser entregando su cuerpo a las ruedas de un camión, el hombre termino en una celda aislada de un manicomio escribiendo palabras sin sentido en las paredes frías, grises y sombrías.

Tuesday, November 15, 2005

CAPÍTULO 3

There will be an answer, let it be
THE BEATLES

Paola gusta de vivir el momento presente, para ella el pasado es sólo lo que vivirá mañana, y el futuro es una idea abstracta que llegara a ser ahora. Con el tiempo el aprenderá a querer la simplicidad de Paola, sus maneras fáciles y descomplicadas, el gesto feliz o triste que no autoriza la razón, su débil voluntad, su carácter de hierro escondido bajo el manto dulce de su rostro.

No es que Paola fuese como una hoja seca que el viento arrastra a su antojo, lo que pasa es que ella estaba convencida, como si fuera una niña, de que debía aprender todas las cosas que la observación y la experiencia le fueran enseñando a través de su vida. El problema es que ellas procuraban enseñarle casi a diario y Paola nunca se negó a sus generalmente infructíferas y nocivas doctrinas.

De esta manera Paola se familiarizo con muchas cosas que definirían su vida: el cine embaucador, el embrujo de la música, los libros cuya culminación siempre considero inútil, el alcohol en principio feliz y después depresivo y pendenciero, la hierba monomaniática y risible, la amargura de la compañía, la soledad feliz y el amor, o algo parecido a el. Nunca despreció una invitación, tal vez nunca lo haría, comprendía que la vejez no le depararía nada mejor que una silla mecedora y la ingratitud y la hipocresía de todo un linaje que nunca deseo tener. Era claro que ella comprendía la inutilidad de la procreación, pues como había leído en alguna parte, esta, al igual que los espejos sirven para multiplicar al hombre; de solo pensar en ello se estremecía y hacía un movimiento convulso como si estuviese apunto de vomitar.

Por esto y otras cosas es que vemos ahora a Paola que viene caminando por el paseo del comercio, los tenis sucios y un jean medio roto, los audífonos en los oídos (vieja costumbre), esquivando transeúntes de traje, y vendedores de toda clase que casi no dejan espacio para caminar con sus ventas de fruslerías extendidas en el piso. Le llamó la atención un indígena en medio de la autoctonía de su traje que ofrecía un brebaje nauseabundo a la vista que según los pregones: ¡recupera el cabello perdido, hará feliz a su mujer, le devolverá el vigor de hace veinte años y es el mejor remedio para el cáncer, directamente de la selva amazónica!. Se quedó un momento observando como el indio hacía una demostración depositando una pequeña cantidad del espeso líquido en una cuchara de palo tallado, y posteriormente vio como lo ingería en frente de sus posibles compradores. Paola recordó que cuando era niña y estaba enferma su padre siempre ingería sus remedios antes que ella, para demostrarle que no había peligro, que estaba segura, y que  rico (a pesar de el evidente gesto de asco que se esbozaba en su cara). Volvió a ver al indígena, la imagen de su padre se esfumo y echo a andar de nuevo. Entrego la moneda que tenía en el bolsillo al hombre sin piernas del que colgaba un radio con música llanera a todo volumen, a la que estaba amarrado un tarro de aceite cortado a la mitad con unas letras en temperas rojas y negras que decían: gracias por su colaboración.

Atravesó el puente sobre la carrera 15 y bajó las escaleras de este marcando unos pequeños saltos que abarcaban dos escalones a la vez. Siguió descendiendo por la calle 35, distraída, feliz. Se deleitaba paseando sus ojos por las vitrinas, fijando su atención en el más simple de los lápices, el olor a frituras ya llegaba a sus narices, miró al cielo donde el sol, desde bien temprano había empezado a alumbrar con sus térmicas caricias. Extendió los brazos, y con la cabeza hacia atrás, toda entregada, empezó a girar como una loca sobre sus pies. Su pelo muy largo marcaba un diámetro muy amplio a su alrededor y se empezó a sentir mareada, no pensaba parar, quería caer al piso y rodar bajo el sol con insensatez, en medio de la gente.

Sintió la pérdida total del equilibrio y se dejo ir de espaldas. Sintió un golpe brusco, probablemente un poste de la luz contra su cabeza, pero no, o tal vez.... Paola yacía de espaldas y sobre ella voló una gran cantidad de papeles, celebrando con júbilo su reciente hazaña de liberación físico-espiritual. Abrió de nuevo sus brazos al cielo, y justo cuando iba a gritar con la emoción del momento, su cabeza tocó unos pies que esperaban estáticos. Subió su mirada poco a poco, unos pantalones, una camisa a rayas, una mano con una carpeta vacía, un pelo que daba a los hombros. Y allí estaba el, con todo el estoicismo de su mirada puesto con violencia sobre Paola.


Kiny

CAPÍTULO 4

La muerte de Paola tomó por sorpresa a sus familiares y conocidos. Todos recibieron con dolor o con una ya resignada hipocresía la trágica noticia.

El se entero por una absurda casualidad. Visitaba a su abuela en una mañana de Domingo y le dio por hacer algo que no acostumbraba: ojear el periódico, leer los titulares más importantes y tal vez resolver un crucigrama. Observo que la primera página de vanguardia liberal estaba casi a la mitad llena de obituarios; fijó la vista en uno de ellos y decía lo siguiente:
Antonio Linnier invita al entierro de
Su sobrina:
PAOLA ANDREA LINNIER

Cementerio las Colinas 4PM
Le pareció apenas una casualidad, una cruel broma del destino, de pronto una anciana había muerto y el por un momento, por homonimia, llegó a pensar que se trataba de Paola. Leyó el resto de los obituarios y el desconcierto se transformó en certeza en su rostro, cuando ante el aparecían nombres que ligaban a Paola de manera incontrovertible con la muerte. Los padres, el jefe, el colegio, los amigos, incluso la facultad que había dejado le dedicó un pequeño pedacito de prensa. Sintió un vacío inmenso dentro de si, telefoneó a la casa de Paola sin obtener respuesta. Salió sin despedirse de la casa de su abuela y tomo un bus que lo llevara por la carrera 27. Olvido mirar en la prensa cual era sala de velación a la que debía dirigirse y se insultó por su falta de astucia y de raciocinio. Confió en que tratándose de la familia de Paola, su cadáver podría estar en dos sitios: en la funeraria San Pedro, o en los Olivos. Se alegró por que el bus en el que se transportaba lo dejaba cerca de ambos lugares. Timbró en la parada donde se encuentran la 27 y la avenida González Valencia. Se encaminó a los Olivos que era la más próxima y al llegar revisó la cartelera que en forma macabra indicaba a los transeúntes las personas fallecidas que en el momento se estaban velando en ese lugar. El nombre de Paola no estaba en aquella lista negra y él llego a pensar que ella estaba viva, que todo había sido una broma en venganza por lo que había pasado en los últimos días. Volvió a buscar con más calma su nombre en la cartelera y rectificó que no estaba allí. No era cuestión sino de caminar unos diez minutos hasta la San Pedro. Metió las manos al bolsillo izquierdo del pantalón, sacó la media de belmont, el encendedor, le prendió fuego a un cigarrillo y empezó a caminar ora despacio ora más rápido, calculando que el cigarrillo se le terminara justo cuando llegara a la funeraria.

Cuando llegó, piso la colilla (cálculo exacto) y leyó en letras grandes en la cartelera el nombre de Paola, quien estaba siendo velada en el salón San Pedro, el más grande de la funeraria. Atravesó toda la galería de la muerte hasta el final donde quedaba la sala, y mientras se aproximaba sintió el aroma de las flores, que para el nunca había sido agradable, precisamente porque desde niño siempre las había asociado con la muerte y con sus propios fantasmas.

Al ingresar vio que en frente del cofre se extendía un rectángulo alargado de ramos que llegaba casi hasta los pies de quienes estaban sentados en el largo sofá que daba contra la pared del fondo. En la estancia se divisaban pequeños corrillos de gente hablando en voz baja, los rostros cansados y sosteniendo en sus manos el café que los reconciliaría con la vigilia por lo menos unas horas más. El padre de Paola estaba hablando en una esquina con otras dos personas, que inconscientemente ya se habían olvidado del dolor de aquel hombre, y pisoteando sus emociones hablaban de diversas cosas: del trabajo, de política. El señor Linnier aparentaba escuchar las insolencias y necedades de aquellos dos con atención, pero en sus ojos se notaba que su pensamiento no se apartaba de la joven mujer que yacía placidamente muerta en un ataúd a unos metros de el.

Por su parte, la madre se hallaba sentada en un estado a primera vista autista, auxiliada por un pequeño séquito de hermanas y una que otra amiga (si es que personas como ella podían llegar a tener amigas) que se esmeraban en hacerla beber un poco de agua aromática y de tomarse dos pastas azules para calmar los ánimos. La señora de Linnier se hallaba realmente absorta y bajo los ojos le colgaban unas pesadas bolsas negras producto del exceso de llanto de los últimos dos días, llanto que el llego a pensar que era una mera apariencia, que sus otras compañeras (todas de negro) trataban de mitigar con palabras de consuelo y soplándole viento en la cara con un abanico con inscripciones chinas.

Una vez hechas estas observaciones se encamino al cofre y en dos ocasiones tuvo que dar pequeños saltos para pasar sobre un ramo de crisantemos o de rosas (los inventaba porque no sabía los nombres de las flores). Cuando llegó pudo ver a Paola, que parecía estar en un profundo y feliz sueño, su rostro esbozaba una pequeña aunque rígida sonrisa, y le habían arreglado el cabello con rizos que caían sobre sus hombros. Quiso besarla pero dos cosas se lo impidieron, primero el vidrio que permitía un contacto estrictamente visual con el cadáver (aunque esta no era una dificultad insalvable), y segundo, razonó que el contacto de sus labios con la gélida boca de Paola muerta sería inevitablemente una sensación asquerosa (y además la putrefacción, de pronto gusanos dentro de la boca de Paola.....) que no estaría dispuesto a soportar, prefería sobreponerse a sus arrebatos primarios y observar a través de aquel muro de vidrio a Paola, muralla insondable que la separaba de ella, que creaba un profundo abismo del cual sus irreconciliables extremos eran la vida y la muerte.


Kiny

Tuesday, November 08, 2005

LAS ARMAS OS HAN DADO LA INDEPENDENCIA, LAS LEYES OS DARÁN LA LIBERTAD

Podría haber sido otra de las abstracciones poéticas de Alfonso, remembranzas ya lejanas del viejo pueblo, el tranquilo discurrir de las aguas del río, su madre y la ropa extendida sobre las lajas pulidas por el sol y los años.

Volvió a aquellos días de caminar por las rusticas calles de Chaparral, con dos libros de la biblioteca del plantel bajo el brazo, el camino empedrado, y recitando en voz baja un poema que hacía poco había escuchado en una de las clases del Murillo Toro. Otra vez caminaba junto a los viejos amigos de la ya lejana pero feliz infancia, algunos de los cuales continuaron junto a el a lo largo de los enrevesados e inesperados corredores de su vida.

Volvió en si y recorrió con ojos nostálgicos las paredes de la oficina amiga, las montañas de papeles, las paredes llenas de anaqueles y los anaqueles llenos de tratados de derecho y algún libro de poesía que se colaba entre ellos. Añoro los viejos muros del Murillo Toro, los jóvenes rostros expectantes, deseosos de letras, de aprendizaje.

Pensó en lo lejos que había llegado, las metas ya superadas y las que aún no había alcanzado. Paso por su cabeza un nunca esperado y repentino desprecio por el género humano, la insignificancia de una vida, la inutilidad de las obras, la obnubilación que produce la ira, la feliz necedad entorpecedora de la fe del hombre, el triunfo de los instintos por sobre la razón, la debilidad e impotencia del que tiene ideas fuertes, firmes, férreas; la doblegación de la voluntad por la fuerza, pensó en las leyes, en el sometimiento forzado del hombre a ellas, pensó en la familia, en la madre cuyas líneas se iban desdibujando en las turbulentas aguas de la memoria, pensó en el río, en el viejo pueblo y comenzó a recitar mentalmente un poema que había recitado muchos años antes en su querido liceo, el Murillo Toro.

Estaba en estas abstracciones cuando sonó una explosión, una porción del cuarto piso voló y las ráfagas comenzaron su desalentador canturreo. En medio del humo y del fuego cruzado, una bala de nueve milímetros, de un arma semiautomática de uso privativo de la policía nacional, atravesó el cuerpo y segó la vida de Alfonso Reyes Echandía, Presidente de la corte suprema de justicia, el seis de noviembre de 1985.


Kiny