CAPÍTULO 3
There will be an answer, let it be
THE BEATLES
Paola gusta de vivir el momento presente, para ella el pasado es sólo lo que vivirá mañana, y el futuro es una idea abstracta que llegara a ser ahora. Con el tiempo el aprenderá a querer la simplicidad de Paola, sus maneras fáciles y descomplicadas, el gesto feliz o triste que no autoriza la razón, su débil voluntad, su carácter de hierro escondido bajo el manto dulce de su rostro.
No es que Paola fuese como una hoja seca que el viento arrastra a su antojo, lo que pasa es que ella estaba convencida, como si fuera una niña, de que debía aprender todas las cosas que la observación y la experiencia le fueran enseñando a través de su vida. El problema es que ellas procuraban enseñarle casi a diario y Paola nunca se negó a sus generalmente infructíferas y nocivas doctrinas.
De esta manera Paola se familiarizo con muchas cosas que definirían su vida: el cine embaucador, el embrujo de la música, los libros cuya culminación siempre considero inútil, el alcohol en principio feliz y después depresivo y pendenciero, la hierba monomaniática y risible, la amargura de la compañía, la soledad feliz y el amor, o algo parecido a el. Nunca despreció una invitación, tal vez nunca lo haría, comprendía que la vejez no le depararía nada mejor que una silla mecedora y la ingratitud y la hipocresía de todo un linaje que nunca deseo tener. Era claro que ella comprendía la inutilidad de la procreación, pues como había leído en alguna parte, esta, al igual que los espejos sirven para multiplicar al hombre; de solo pensar en ello se estremecía y hacía un movimiento convulso como si estuviese apunto de vomitar.
Por esto y otras cosas es que vemos ahora a Paola que viene caminando por el paseo del comercio, los tenis sucios y un jean medio roto, los audífonos en los oídos (vieja costumbre), esquivando transeúntes de traje, y vendedores de toda clase que casi no dejan espacio para caminar con sus ventas de fruslerías extendidas en el piso. Le llamó la atención un indígena en medio de la autoctonía de su traje que ofrecía un brebaje nauseabundo a la vista que según los pregones: ¡recupera el cabello perdido, hará feliz a su mujer, le devolverá el vigor de hace veinte años y es el mejor remedio para el cáncer, directamente de la selva amazónica!. Se quedó un momento observando como el indio hacía una demostración depositando una pequeña cantidad del espeso líquido en una cuchara de palo tallado, y posteriormente vio como lo ingería en frente de sus posibles compradores. Paola recordó que cuando era niña y estaba enferma su padre siempre ingería sus remedios antes que ella, para demostrarle que no había peligro, que estaba segura, y que rico (a pesar de el evidente gesto de asco que se esbozaba en su cara). Volvió a ver al indígena, la imagen de su padre se esfumo y echo a andar de nuevo. Entrego la moneda que tenía en el bolsillo al hombre sin piernas del que colgaba un radio con música llanera a todo volumen, a la que estaba amarrado un tarro de aceite cortado a la mitad con unas letras en temperas rojas y negras que decían: gracias por su colaboración.
Atravesó el puente sobre la carrera 15 y bajó las escaleras de este marcando unos pequeños saltos que abarcaban dos escalones a la vez. Siguió descendiendo por la calle 35, distraída, feliz. Se deleitaba paseando sus ojos por las vitrinas, fijando su atención en el más simple de los lápices, el olor a frituras ya llegaba a sus narices, miró al cielo donde el sol, desde bien temprano había empezado a alumbrar con sus térmicas caricias. Extendió los brazos, y con la cabeza hacia atrás, toda entregada, empezó a girar como una loca sobre sus pies. Su pelo muy largo marcaba un diámetro muy amplio a su alrededor y se empezó a sentir mareada, no pensaba parar, quería caer al piso y rodar bajo el sol con insensatez, en medio de la gente.
Sintió la pérdida total del equilibrio y se dejo ir de espaldas. Sintió un golpe brusco, probablemente un poste de la luz contra su cabeza, pero no, o tal vez.... Paola yacía de espaldas y sobre ella voló una gran cantidad de papeles, celebrando con júbilo su reciente hazaña de liberación físico-espiritual. Abrió de nuevo sus brazos al cielo, y justo cuando iba a gritar con la emoción del momento, su cabeza tocó unos pies que esperaban estáticos. Subió su mirada poco a poco, unos pantalones, una camisa a rayas, una mano con una carpeta vacía, un pelo que daba a los hombros. Y allí estaba el, con todo el estoicismo de su mirada puesto con violencia sobre Paola.
Kiny
THE BEATLES
Paola gusta de vivir el momento presente, para ella el pasado es sólo lo que vivirá mañana, y el futuro es una idea abstracta que llegara a ser ahora. Con el tiempo el aprenderá a querer la simplicidad de Paola, sus maneras fáciles y descomplicadas, el gesto feliz o triste que no autoriza la razón, su débil voluntad, su carácter de hierro escondido bajo el manto dulce de su rostro.
No es que Paola fuese como una hoja seca que el viento arrastra a su antojo, lo que pasa es que ella estaba convencida, como si fuera una niña, de que debía aprender todas las cosas que la observación y la experiencia le fueran enseñando a través de su vida. El problema es que ellas procuraban enseñarle casi a diario y Paola nunca se negó a sus generalmente infructíferas y nocivas doctrinas.
De esta manera Paola se familiarizo con muchas cosas que definirían su vida: el cine embaucador, el embrujo de la música, los libros cuya culminación siempre considero inútil, el alcohol en principio feliz y después depresivo y pendenciero, la hierba monomaniática y risible, la amargura de la compañía, la soledad feliz y el amor, o algo parecido a el. Nunca despreció una invitación, tal vez nunca lo haría, comprendía que la vejez no le depararía nada mejor que una silla mecedora y la ingratitud y la hipocresía de todo un linaje que nunca deseo tener. Era claro que ella comprendía la inutilidad de la procreación, pues como había leído en alguna parte, esta, al igual que los espejos sirven para multiplicar al hombre; de solo pensar en ello se estremecía y hacía un movimiento convulso como si estuviese apunto de vomitar.
Por esto y otras cosas es que vemos ahora a Paola que viene caminando por el paseo del comercio, los tenis sucios y un jean medio roto, los audífonos en los oídos (vieja costumbre), esquivando transeúntes de traje, y vendedores de toda clase que casi no dejan espacio para caminar con sus ventas de fruslerías extendidas en el piso. Le llamó la atención un indígena en medio de la autoctonía de su traje que ofrecía un brebaje nauseabundo a la vista que según los pregones: ¡recupera el cabello perdido, hará feliz a su mujer, le devolverá el vigor de hace veinte años y es el mejor remedio para el cáncer, directamente de la selva amazónica!. Se quedó un momento observando como el indio hacía una demostración depositando una pequeña cantidad del espeso líquido en una cuchara de palo tallado, y posteriormente vio como lo ingería en frente de sus posibles compradores. Paola recordó que cuando era niña y estaba enferma su padre siempre ingería sus remedios antes que ella, para demostrarle que no había peligro, que estaba segura, y que rico (a pesar de el evidente gesto de asco que se esbozaba en su cara). Volvió a ver al indígena, la imagen de su padre se esfumo y echo a andar de nuevo. Entrego la moneda que tenía en el bolsillo al hombre sin piernas del que colgaba un radio con música llanera a todo volumen, a la que estaba amarrado un tarro de aceite cortado a la mitad con unas letras en temperas rojas y negras que decían: gracias por su colaboración.
Atravesó el puente sobre la carrera 15 y bajó las escaleras de este marcando unos pequeños saltos que abarcaban dos escalones a la vez. Siguió descendiendo por la calle 35, distraída, feliz. Se deleitaba paseando sus ojos por las vitrinas, fijando su atención en el más simple de los lápices, el olor a frituras ya llegaba a sus narices, miró al cielo donde el sol, desde bien temprano había empezado a alumbrar con sus térmicas caricias. Extendió los brazos, y con la cabeza hacia atrás, toda entregada, empezó a girar como una loca sobre sus pies. Su pelo muy largo marcaba un diámetro muy amplio a su alrededor y se empezó a sentir mareada, no pensaba parar, quería caer al piso y rodar bajo el sol con insensatez, en medio de la gente.
Sintió la pérdida total del equilibrio y se dejo ir de espaldas. Sintió un golpe brusco, probablemente un poste de la luz contra su cabeza, pero no, o tal vez.... Paola yacía de espaldas y sobre ella voló una gran cantidad de papeles, celebrando con júbilo su reciente hazaña de liberación físico-espiritual. Abrió de nuevo sus brazos al cielo, y justo cuando iba a gritar con la emoción del momento, su cabeza tocó unos pies que esperaban estáticos. Subió su mirada poco a poco, unos pantalones, una camisa a rayas, una mano con una carpeta vacía, un pelo que daba a los hombros. Y allí estaba el, con todo el estoicismo de su mirada puesto con violencia sobre Paola.
Kiny
2 Comments:
Guaw, sin palabras, más tarde vengo y te comento más, ahra estoy un poco de afán, pero al igual está genial.
Creo que Paola necesita romper sus cadenas un poco más a menudo, y en lugares un poco más seguros y personales; como los Blogs.
Saludos, muy bueno, como siempe. Voy a leer el anterior queme perdí.
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