Tuesday, November 15, 2005

CAPÍTULO 4

La muerte de Paola tomó por sorpresa a sus familiares y conocidos. Todos recibieron con dolor o con una ya resignada hipocresía la trágica noticia.

El se entero por una absurda casualidad. Visitaba a su abuela en una mañana de Domingo y le dio por hacer algo que no acostumbraba: ojear el periódico, leer los titulares más importantes y tal vez resolver un crucigrama. Observo que la primera página de vanguardia liberal estaba casi a la mitad llena de obituarios; fijó la vista en uno de ellos y decía lo siguiente:
Antonio Linnier invita al entierro de
Su sobrina:
PAOLA ANDREA LINNIER

Cementerio las Colinas 4PM
Le pareció apenas una casualidad, una cruel broma del destino, de pronto una anciana había muerto y el por un momento, por homonimia, llegó a pensar que se trataba de Paola. Leyó el resto de los obituarios y el desconcierto se transformó en certeza en su rostro, cuando ante el aparecían nombres que ligaban a Paola de manera incontrovertible con la muerte. Los padres, el jefe, el colegio, los amigos, incluso la facultad que había dejado le dedicó un pequeño pedacito de prensa. Sintió un vacío inmenso dentro de si, telefoneó a la casa de Paola sin obtener respuesta. Salió sin despedirse de la casa de su abuela y tomo un bus que lo llevara por la carrera 27. Olvido mirar en la prensa cual era sala de velación a la que debía dirigirse y se insultó por su falta de astucia y de raciocinio. Confió en que tratándose de la familia de Paola, su cadáver podría estar en dos sitios: en la funeraria San Pedro, o en los Olivos. Se alegró por que el bus en el que se transportaba lo dejaba cerca de ambos lugares. Timbró en la parada donde se encuentran la 27 y la avenida González Valencia. Se encaminó a los Olivos que era la más próxima y al llegar revisó la cartelera que en forma macabra indicaba a los transeúntes las personas fallecidas que en el momento se estaban velando en ese lugar. El nombre de Paola no estaba en aquella lista negra y él llego a pensar que ella estaba viva, que todo había sido una broma en venganza por lo que había pasado en los últimos días. Volvió a buscar con más calma su nombre en la cartelera y rectificó que no estaba allí. No era cuestión sino de caminar unos diez minutos hasta la San Pedro. Metió las manos al bolsillo izquierdo del pantalón, sacó la media de belmont, el encendedor, le prendió fuego a un cigarrillo y empezó a caminar ora despacio ora más rápido, calculando que el cigarrillo se le terminara justo cuando llegara a la funeraria.

Cuando llegó, piso la colilla (cálculo exacto) y leyó en letras grandes en la cartelera el nombre de Paola, quien estaba siendo velada en el salón San Pedro, el más grande de la funeraria. Atravesó toda la galería de la muerte hasta el final donde quedaba la sala, y mientras se aproximaba sintió el aroma de las flores, que para el nunca había sido agradable, precisamente porque desde niño siempre las había asociado con la muerte y con sus propios fantasmas.

Al ingresar vio que en frente del cofre se extendía un rectángulo alargado de ramos que llegaba casi hasta los pies de quienes estaban sentados en el largo sofá que daba contra la pared del fondo. En la estancia se divisaban pequeños corrillos de gente hablando en voz baja, los rostros cansados y sosteniendo en sus manos el café que los reconciliaría con la vigilia por lo menos unas horas más. El padre de Paola estaba hablando en una esquina con otras dos personas, que inconscientemente ya se habían olvidado del dolor de aquel hombre, y pisoteando sus emociones hablaban de diversas cosas: del trabajo, de política. El señor Linnier aparentaba escuchar las insolencias y necedades de aquellos dos con atención, pero en sus ojos se notaba que su pensamiento no se apartaba de la joven mujer que yacía placidamente muerta en un ataúd a unos metros de el.

Por su parte, la madre se hallaba sentada en un estado a primera vista autista, auxiliada por un pequeño séquito de hermanas y una que otra amiga (si es que personas como ella podían llegar a tener amigas) que se esmeraban en hacerla beber un poco de agua aromática y de tomarse dos pastas azules para calmar los ánimos. La señora de Linnier se hallaba realmente absorta y bajo los ojos le colgaban unas pesadas bolsas negras producto del exceso de llanto de los últimos dos días, llanto que el llego a pensar que era una mera apariencia, que sus otras compañeras (todas de negro) trataban de mitigar con palabras de consuelo y soplándole viento en la cara con un abanico con inscripciones chinas.

Una vez hechas estas observaciones se encamino al cofre y en dos ocasiones tuvo que dar pequeños saltos para pasar sobre un ramo de crisantemos o de rosas (los inventaba porque no sabía los nombres de las flores). Cuando llegó pudo ver a Paola, que parecía estar en un profundo y feliz sueño, su rostro esbozaba una pequeña aunque rígida sonrisa, y le habían arreglado el cabello con rizos que caían sobre sus hombros. Quiso besarla pero dos cosas se lo impidieron, primero el vidrio que permitía un contacto estrictamente visual con el cadáver (aunque esta no era una dificultad insalvable), y segundo, razonó que el contacto de sus labios con la gélida boca de Paola muerta sería inevitablemente una sensación asquerosa (y además la putrefacción, de pronto gusanos dentro de la boca de Paola.....) que no estaría dispuesto a soportar, prefería sobreponerse a sus arrebatos primarios y observar a través de aquel muro de vidrio a Paola, muralla insondable que la separaba de ella, que creaba un profundo abismo del cual sus irreconciliables extremos eran la vida y la muerte.


Kiny

4 Comments:

Blogger Mr Brightside said...

Muy bueno Kilincha, aunque a este le faltó algo, no sé que. Hablemolo en persona al ritmo de una Pescerataaaaaaa.

Suerte y pulso

7:56 PM  
Blogger Otro maldito día de frustraciones de loco said...

¿Porqué mataste a Paola? Y otra cosa, no entendí bien cómo se murió.
Eso de narrar un funeral ya se me había ocurrido, en especial con el último tío mio que se murió, prácticamente nadie lo quería excepto mi mamá y mi tía, fue un cafre toda la vida, un guache, una persona tenás, le pegaba a mi abuelo cuando estaba viejo y sólo se metía en problemas y a cada nada tenían que sacarlo de la cárcel, nunca me imaginé el velorio de una persona tan no querida, donde sólo dos personas lloraban y el resto eran desconocidos curiosos que venían a "apoyar" a la familia.
Ahora este nuevo personaje que aparece me llena de intriga, ¿o no es nuevo?
Me agrada tu estilo narrativo, saludes...

11:16 AM  
Blogger kiny said...

la muerte de paola se entendera a su debido tiempo, paciencia. Por otro lado, un funeral de una persona "no querida", eso si tiene que ser cómico: el umbral de la hipocresía. Eso si me dio risa Laura, jajajaja, a la larga pobre man,cual es el sentido de que vaya a velarlo a uno un rsto de gente a la que uno le importaba un pepino?
yo preferiría pudrirme solito en la comodidad de mi ataud de pino.

12:22 PM  
Blogger Otro maldito día de frustraciones de loco said...

yo hubiera preferido lo mismo

11:19 AM  

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