Tuesday, November 08, 2005

LAS ARMAS OS HAN DADO LA INDEPENDENCIA, LAS LEYES OS DARÁN LA LIBERTAD

Podría haber sido otra de las abstracciones poéticas de Alfonso, remembranzas ya lejanas del viejo pueblo, el tranquilo discurrir de las aguas del río, su madre y la ropa extendida sobre las lajas pulidas por el sol y los años.

Volvió a aquellos días de caminar por las rusticas calles de Chaparral, con dos libros de la biblioteca del plantel bajo el brazo, el camino empedrado, y recitando en voz baja un poema que hacía poco había escuchado en una de las clases del Murillo Toro. Otra vez caminaba junto a los viejos amigos de la ya lejana pero feliz infancia, algunos de los cuales continuaron junto a el a lo largo de los enrevesados e inesperados corredores de su vida.

Volvió en si y recorrió con ojos nostálgicos las paredes de la oficina amiga, las montañas de papeles, las paredes llenas de anaqueles y los anaqueles llenos de tratados de derecho y algún libro de poesía que se colaba entre ellos. Añoro los viejos muros del Murillo Toro, los jóvenes rostros expectantes, deseosos de letras, de aprendizaje.

Pensó en lo lejos que había llegado, las metas ya superadas y las que aún no había alcanzado. Paso por su cabeza un nunca esperado y repentino desprecio por el género humano, la insignificancia de una vida, la inutilidad de las obras, la obnubilación que produce la ira, la feliz necedad entorpecedora de la fe del hombre, el triunfo de los instintos por sobre la razón, la debilidad e impotencia del que tiene ideas fuertes, firmes, férreas; la doblegación de la voluntad por la fuerza, pensó en las leyes, en el sometimiento forzado del hombre a ellas, pensó en la familia, en la madre cuyas líneas se iban desdibujando en las turbulentas aguas de la memoria, pensó en el río, en el viejo pueblo y comenzó a recitar mentalmente un poema que había recitado muchos años antes en su querido liceo, el Murillo Toro.

Estaba en estas abstracciones cuando sonó una explosión, una porción del cuarto piso voló y las ráfagas comenzaron su desalentador canturreo. En medio del humo y del fuego cruzado, una bala de nueve milímetros, de un arma semiautomática de uso privativo de la policía nacional, atravesó el cuerpo y segó la vida de Alfonso Reyes Echandía, Presidente de la corte suprema de justicia, el seis de noviembre de 1985.


Kiny

3 Comments:

Blogger Otro maldito día de frustraciones de loco said...

Ese episodio de lo del palacio de justicia me ha impactado mucho, que vacano este post, por estos días he estado pensando mucho en el hecho, tal vez por lo que por los 20 años han estado por televisión pasando documentales y esas vainas, yo no había nacido cuando ocurrió, me parece realmente un hecho impactante, además es como si no hubieran buenos y malos en el asunto, sólo culpables e inocentes.

9:04 AM  
Blogger Joe Pino said...

Como esa hay muchas vidas más cortadas en un instante, arrebatadas a la fuerza por algunos o alguien que aún hoy gozan de libertad física,pero espero que no emocional.Perdí las ganas de pensar en cómo arreglar las cosas,es inoficioso buscar culpables cuando sabemos que quedarán simplemente reseñados como éso.Sean unos o otros,no siempre es claro el rostro de quien lleva la mano asesina, pero si es claro que su hoz ha estado y estará siempre con la historia de nuestro país.
Como que ya se le nota cierto estilo, buen escrito kilincha.

7:52 AM  
Blogger Mr Brightside said...

Joe me quito las palabras, creo que un escrito suyo ya empieza a sobresalir sobre los demás.

Que bueno, way to go, aunque lo del palacio de justicia nunca me ha parecido tan triste, al menos no como otras cosas.

Suerte y pulso

8:40 PM  

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