Friday, December 29, 2006

Bogotá revisited

Si sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
Ni lo intentes.
C. Bukowski
intro
Ambrose Bierce decidió desaparecer del ámbito periodístico y literario de San Francisco, en el cual ya se había hecho un nombre, en diciembre de 1913. Se internó en las entrañas de la revolución mexicana, liderada en ese entonces por Pancho Villa. Nunca más se supo de él, se desconoce con exactitud la fecha de su muerte -que para nuestros días es un acontecimiento más que seguro-; era un anciano que contaba ya con setenta y tres abriles en su haber. Borges, prácticamente ciego, se entregó a la dirección de la biblioteca nacional, labor no menos quijotesca que la aventura suicida de Bierce al internarse en una lucha que no le pertenecía. Ambos hombres, gigantes si reconocemos con justicia, no buscaban cosa diferente que deformar la realidad que les rodeaba, y la cual nunca terminaron por aceptar completamente; sólo les diferencia la manera en que arremetieron la colosal empresa: uno sumergiéndose en el caos violento de la lucha y las armas; y el otro, en el no menos babélico mundo de la palabra y la fantasía.

Por mi parte, mi escape de la realidad se da no solo con la lectura y el consumo de alcohol, sino viajando a encontrarme con esa metarealidad que para mi representa Bogotá. La gran ciudad siempre se ha mostrado ante mi como una pared difícil de atravesar, como un pastel que debo ir contando poco a poco con un cuchillo afilado al máximo que no es otra cosa que la curiosidad y, por decirlo así, el espíritu investigativo, que a la larga no es más que la concreción práctica de una vida llena de incertidumbre. A diferencia de muchas personas, mi familia entre ellos, la capital para mi no es un epicentro incalculable de centros comerciales, parques de diversiones y restaurantes lujosos y de precios inaccesibles. Para mi es recorrer las calles, adivinar el peligro en un bar cualquiera, maravillarme en cada momento con las dimensiones desmesuradas de todo lo que se me ofrece. Caminar borracho por la caracas y escrutar la miseria de los mariachis, recorrer el centro de arriba abajo sin sospechar el cuchillo que te puede abrir la carne en cualquier momento. No temas hijo mío, la ciudad es como una gran puta que a la final es la madre de todos nosotros, no te rechazará cada vez que vuelvas con sed nocturna como un hijo pródigo volviendo a un abrevadero de sangre.

La ciudad es hermosa: es un cólico estomacal que no tiene final, es la proliferación de la locura exaltada hasta dimensiones inconcebibles. Basta un vistazo rápido a sus entrañas, adivinar al asesino, a la puta, al ladrón, a ti mismo, viajando a la velocidad de la vida misma en ese galpón humano de color rojo que atraviesa las arterias de la capital como un flujo menstruante descontrolado. Las calles palpitan como un dolor de cabeza, te deslumbra la megalomanía de la ciudad; cada vez que llegas empieza unos kilómetros más atrás que la última vez que la viste, y cada vez tienes la certeza de que te has convertido en un insecto aún más insignificante. En medio del caos te sientes mucho menos que un pedazo de maní en una cagada de perro, sientes que el río indefinido te arrastra a un ritmo que no te permite percibir muy bien las cosas, mucho menos comprenderlas.

Al llegar me siento más lleno de energía, a pesar de que los músculos de mi cuerpo exigen algo de descanso. Pero es inútil descansar en una ciudad que no duerme; cada instante te estás perdiendo del transcurso de la demencia que se cuela por cualquier persiana y te invita a dejarte ir por ahí, a deambular como un loco fumador de sueños, a sentarte en cualquier parque o dedicarle unos minutos a escuchar las desgracias o las miserias de quien quiera que ose hablarte. Sabes que tienes amigos pero prefieres postergar el encuentro, es mejor esperar a ver qué te va ofreciendo el azar: recuérdalo, la ciudad no te va a desamparar, sólo tienes que irte acostumbrando a caminar a su lado; puede que te fatigues, no olvides que ella es una puta acostumbrada a andar en estos trotes.

Las reglas que he aprendido de las visitas que hago a la ciudad que aunque no me pertenece quiero bastante, son simples y son pocas, y si las observas, puede que tal vez sobrevivas en la selva; recuerda que bien visto estás en el último escalón de la cadena alimenticia en la fauna de la ciudad: no des papaya, no temas, y no te quedes quieto.

En ese punto, en que te desprendes un poco de la realidad abrumadora que te viene asediando, que te asfixia y te impide moverte con libertad, nada me diferencia de Bierce o de Borges o de tantos otros que serpentean o han serpenteado como anguilas en un mar de mierda y sociedad, y no buscan otra cosa que una salida, o así sea un pequeño agujero por el cual se pueda respirar un poco de libertad; no hay para mí llave diferente que imbuirme de cabeza en ese ruido caótico, en ese hormigueo que se multiplica hasta el infinito, en la contemplación de la sociedad en su átomo: alcohol, drogas, prostitución, hambre, trabajo, angustia que recorre el cuerpo a la velocidad de la luz, locura, locura infinita; dejarme contagiar de todo eso para emerger como un ser nuevo y diferente, más allá de lo que realmente creía que podía ser; ser finalmente, encontrar a mi modo el lugar perdido que de tan magnifica manera buscaron Borges y Bierce.

Friday, December 01, 2006

AUSENCIA

Me voy a perder el tiempo a Bogotá. Vuelvo para navidad.