Tuesday, June 20, 2006

LAS TETICAS DE NATALIA

Los asesinos no vacilaron un solo instante en sacarle la mierda a tiros a la víctima, quien por última vez fue visto excretando con violencia sus heces fecales a través de la ventana. Por si fuera poco, la secta de los asesinos, derivada del antiguo culto de los hachachinos, secta ancestral, de personas que buscaban un contacto con su espiritualidad mediante el consumo del cáñamo índico, dejó ciertos mensajes criptográficos dibujados con sangre en las paredes del cuarto donde fue descuartizado el occiso, y cerca de la hornacina donde se hallaban empotrados los ojos del infante asesinado por los descendientes de las antiguas civilizaciones de Cthulu, dejando en el aire el rastro de la bestia, ese olor nauseabundo y malsano que dejaba entrever la cercanía del fin de los tiempos. A lo lejos se oía el grito de Natalia al borde del orgasmo. Sabía muy bien que no tenía alma, por eso no vaciló un instante en venderle su cuerpo al diablo. En medio de la nube sulfatosa de placer Natalia observaba como siempre a su vagina arrojar lenguas de fuego que no tardaban en deshacerse en el aire en humo de múltiples colores. El diablo intentaba encender el cigarro con el fuego proveniente de las entrañas de Natalia mientras señalaba con su diestra ponzoñosa la declive del reino de los cielos. Ella ya no pensaba mucho en el noveno planeta, en los seres que se desplazan a través del espacio tiempo gracias a sus alas membranosas y rígidas; ya no le importaban los seres de Yugoth que transportaban inteligencias extraterrestres en pequeños cilindros de cristal, menos después de la masacre de Vermont en el 72, casi un millar de estas criaturas acribilladas fueron encontradas en las montañas, bajando con los rigores y putrefacciones de la muerte por las heladas fuentes fluviales de la región. Hasta Oregón llegaron las noticias de la revolución turra reclutando miembros para las filas de su “restauration army”, quienes tras el suicidio colectivo de hippies, junto a manson y el 68, y la muerte de ganado y desaparición de infantes en los valles de las cadenas montañosas de Vermont, aunado a la aparición de huellas, y a ciertos registros magnetofónicos que estudiosos de la universidad Miskatonik de Arkham atribuyen a “los antiguos”, decidieron armarse hasta los dientes y subir hasta las simas más ignotas a impedir que los seres con formas de cangrejo siguieran sustrayendo el exótico y aún desconocido (para el ser humano) mineral. Ninguno logró sobrevivir, y cuentan campesinos de las montañas que la antigua civilización, que según inscripciones halladas en diversos aerolitos y jeroglíficos tallados en la roca firme de la base de algunos riscos, había llegado a la tierra eones antes de la aparición del ser humano sobre la tercera roca, más aún, de la aparición de las primeras formas de vida meióticas en la lejanía y oscuridad de los primeros tiempos, los días que sucedieron a la explosión y el caos. Natalia se paró en el filo y miró durante algunos minutos al abismo, sus tetas puntudas apuntaban casi en dirección del cielo lo que le pareció una señal, sus pezones rosados y duros profetizaban visiones de su señor mordiendo las alas de la virtud y escupiendo ácido sobre las doctrinas del bien y le ética incomprendida de los a su vez incomprendidos adoradores de Cthulu. Algo había leído tiempo atrás en el libro de los muertos, y algunas imágenes se le venían a la cabeza, las piezas iban finalmente encajando y el abismo de fuego abría ya grietas bajo la civilización humana, la hora se acercaba y el loco Abdul Alhazred no estaba tan loco pues fuerzas oscuras habían acudido a su mano a la hora de mojar la tinta y redactar el horroroso documento. Desde la época de los cataclismos suscitados por la muerte de los Yugoth, algunos segothot, aquellos horrendos seres de monstruosa apariencia, esclavos sempiternos de los seres de la novena estrella dominados desde el comienzo de los tiempos mediante el arte de la hipnosis, que “los antiguos” dominaban tan bien como la telepatía, bajo el entendimiento de la inutilidad de la comunicación vocal, la cual habían dejado en un plano casi terciario conservando un sistema de comunicación oral rudimentario para su eventual comunicación con los hombres “ilustrados” elegidos por la milenaria raza, para una pacífica y ordenada posesión de la tercera roca; emergieron de las profundidades de sus milenarias cavernas de rigores helados de la antártida, fundiendo bajo las nieves las estrellas verdosas de cinco puntas con el propósito de derretir el polo y ahogar paulatinamente a la estúpida raza humana. Fue por esos días en que Dios se vio obligado a enviar a su único hijo a la tierra nuevamente; más de dos mil años parecían suficientes para apaciguar los miedos del pobre muchacho Jesús, a quien la golpiza que le propinaron los romanos le había dejado cicatrices que los milenios no fueron capaces de borrar. Al principio trató de difundir “la palabra” pero fue tomado por loco, por anacoreta e incluso por hippie irredimible; hasta pasó unos días en prisión por tener en su poder un bong cargado que un joven le había entregado en señal de cambio personal. Después del incidente penitenciario vendió biblias puerta a puerta e intentó difundir el catolicismo, pero muchas puertas se cerraron en su cara, y en su alma otras tantas cuando como mamuts cayeron los argumentos que probaban la inutilidad de los dogmas y la estupidez de cualquier rito. Durante algún tiempo se entregó al alcoholismo, pero conoció a una prostituta latina en un pequeño antro en queens, y su vida cambió, se recuperó de su adicción a la bebida y consiguió un puesto mediocre y mal pago, en un sucio edificio de oficinas para trámites estrictamente burocráticos, donde otrora funcionó la Nine star bureau of researsh, adscrito al departamento de defensa, el cual había dejado de ser necesario como consecuencia de la súbita aniquilación de los seres alados de Yugoth en manos del “restauration army”, que al cumplir con sus propósitos degeneró en una especie de guerrilla anárquica que se peleaba con los lobos y el frío en las tierras del oro, en inmediaciones del Yukon. Natalia confiaba en el retorno de las civilizaciones a los antiguos reinos de poseidón, aquellas inmensas metrópolis subacuáticas que habían sido abandonadas cuando las pupilas cansadas decidieron subir en busca de la luz, que a la poste terminó por ser la perdición y la condena de los tiempos y del universo que aún se hallaba bajo el yugo del esclavizante espacio tiempo. Mientras pensaba en eso cerraba los ojos para emular la oscuridad absoluta de las profundidades, y sentía nacer las agallas en los costados de su cuello; soñaba desde ya con las sangrientas luchas que se habrían de desatar con los desbocados segothot, monstruos descarriados vagando por los abismos marítimos, depredando como autómatas y carentes de voluntad ahora que la raza de la novena estrella había sido borrada de la faz del tiempo, ahora que no los conducían hilos de ninguna especie, que el yugo de la hipnosis había desaparecido. Mientras el diablo llamaba a Natalia a la cama para fornicar con ella nuevamente y castigarla con su falo fuliginoso, ella soñaba con sentarse en el trono de la gigantesca ciudad blanca, en la tierra de hielo, donde en el comienzo de los tiempos habían reinado los seres de Yugoth.