Thursday, July 12, 2007

vomita mis verdades esta noche

Esta semana estuvo construida por retazos de abandono lacerantes. Los días se mantuvieron estáticos e inflexibles como si estuviera viviendo el momento eterno y feliz de un perro. El problema es que la felicidad no se dejaba sentir, o lo hacía sólo confusamente y mediante señales del todo equívocas. Las montañas que encierran la ciudad añadían de alguna manera algo de siniestro a este sentimiento de impotencia. Yo la sabía lejos no sólo en la distancia sino en esa comprensión más íntima de la necesidad humana. Abogaba por algo de compañía pero terminé la historia igual que siempre, ebrio y sin respuestas, buscando sosiego en la agitada indiferencia de un parque. Cada mañana en medio de la lucidez torpe de la resaca esperaba que el viento me trajera un recuerdo al que pudiera aferrarme o cuando menos que el teléfono sonara con sus explicaciones prosáicas y satisfactorias. Pero nada, el vacío seguía allí como la comida que no se toca y se pudre lentamente sobre la mesa, era precisamente ese abandono de cadáver de perro callejero a la orilla de cualquier caretera. El cadáver era yo, o por lo menos una parte de mí que se venía apagando como un profuso borrón de nubes oscuras en el cielo. La carretera era la vida donde todo continuaba y nadie se detenía a tenderle la mano a mis delirios y mis insulsas insignificancias. Como otras veces me sentía muy poca cosa, menos que culquier otra cosa. Hablaba sin mirar a nadie a los ojos seguro de que estaba hablando conmigo mismo y los demás no eran sino un espejo deformado (es decir, mejorado: sin fisuras, límpido) en el cual rebotaban mis palabras que volvían a mis oídos redoblando de incoherencias. Sentí que la angustia no es muy diferente al placer y leí a Bataille que confirmó mi sentir lo que me dio la impresión de rozar la locura con la punta de los dedos. A veces pienso en mi desgracia como una metáfora necesaria con la que se alimenta y crece quien me sueña y me da vida. Son tantas cosas impregnadas de imperfección que me siento saltando un lazo de fuego eternemente en una pesadilla feliz. El vacío se expande en mi pecho de forma malévola; trato de alimentarlo con humo pero es persistente y mi necedad sólo acrecienta su voracidad destructiva. Algunos se muerden las uñas en la oscuridad pero yo me encuentro cada vez más alejado de esa pequeña posibilidad de salvación, de ese escape propio de una realidad mediocremente objetiva. La sé lejos e ignoro si regresará pronto, o si acaso no regresará o si cuando regrese yo aún esté esperando como un misterio de gabardina fumadora en el quicio de una puerta destruida. La puerta es esa masa a la cual tratamos de darle forma pero sin certeza, no eramos muy buenos moldeando ilusiones; la arcilla de los sueños se deformaba en nuestras manos y lo echábamos todo a perder con un gesto, una palabra…un pensamiento. Te escribí una carta no muy larga (no sabía si te fatigarías de mi astucia destructiva al leer) tratándo menos de explicarte el misterio de removedor de uñas a ti que a mi. No la envié por lo de siempre, mis represiones fantasmas y mi coacción dictada por un par de traumas de infancia. Héla aquí:


Bucaramanga, algún atardecer mezquino

Frente a esta pantalla hace un calor endemoniado y te imagino en algún refugio que te proteja de tu tristeza irredimible, entra algunas cobijas ajenas y con unos cigarrillos y tal vez un libro malo. Nunca te lo dije pero tu melancolía le daba a tu cara un aspecto de suspiro inamovible; mirarte era como estar flotando y a la vez caminar sobre un campo espinado: una delicia mortalmente dolorosa. No estoy seguro de que pienses en mí, pero un reflejo preciso, algún billete arugado o simplemente una ráfaga de viento cálido te traerá de algún modo inexplicable al cómodo albergue de mi memoria en desuso. Yo sigo a la espera. De qué?, no sé. Sabes que no soy un hombre de acción y tengo la certeza que el conocimiento de ciertas cosas mana de algún lugar místico en el momento adecuado. Las palomas se siguen cagando impunemente en las estatuas y los dioses se siguen cagando impunemente en mi desgracia.

Siempre tuyo y del destino,

Yo.


Cuántos días habré de vivir esta realidad oblicua, con sus calles sucias y derretidas y sus mártires de andén?. Me gustaba más deambular en el misterio profundo de sus ojos que en las entrañas de esta ciudad pequeña y caliente. Las mañanas eran un quejido lento y prolongado que a mediodía se convertía en un aullido horroroso e inquietante. Las tardes llenas de zoquetes, de gente que cree vivir y no se da cuenta que sólo estamos acá para sobrevivir. Intentar cualquier cosa más allá de eso es una vana e inútil presunción. El otro día vi un anciano más arrugado que un testículo y tan inmóvil como un piedra. Era consiente de no agregar más causas a este mundo desbocado como un caballo hecho de agua turbulenta. Algunas ocasiones vuelven a mí algunas de mis manías, y en medio de mi enfermedad delirante te siento cerca. Sé que me engaño y que la posibilidad de tu presencia es tan remota como la de que pueda contar los cuerpos celestes en el cielo. Vivo doblegado, quebrado, sin fuerzas. Escribo esto (inútil, bazofia, como tantas otras veces) para justificar de alguna manera que no comprendo el derecho (pobre, lo confieso) a evocarte sin ser castigado. Sólo en estas líneas puedo llevarte como siempre anhelé con mis deseos de infante malcriado fuera del rigor del tiempo. La vida de cualquier hombre está hecha de espectros, cada quien no es más que una sombra que persiste más o menos en la memoria colectiva. No sé hasta cuando puedas vivir en mi memoria.

Wednesday, July 04, 2007

Impresiones de S.

Cuando lo vi perderse en el fondo de las escaleras le seguí con el impulso instintivo de una autómata. Me pasa cuando he bebido y él esta cerca. La magia de este desencuentro pende siempre del hilo delgado que tejemos con el alcohol, como una tela de araña que deja de resistir cuando la luz del día entra destrozando todo con su realidad putrefacta y su guayabo preciso. Me senté a su lado esperando que me besara pero por alguna razón se detuvo en el último instante como un enfermo que deja de luchar y se rinde a la parte oscura, dejando caer la otra cara de la moneda. En cuanto a mi, no es que sea cobarde pero detestaría tener que dar ese pequeño salto con él; que sepa de una vez que yo no vuelo con alas de mariposa. En el baño tenía la apariencia de un mártir olvidado y a la débil luz blanquecina yo era una santa. Creo que las baldosas frías no dejaran de vestirse de luto por aquel momento sublime. Le dije lo más claro que pude que no quería que se fuera, pero él con su sonrisa dura y prolongada pareció no comprenderme del todo. No quería que se fuera el C. hechicero de ese momento, el que se pierde en mi mirada como un barco en el que han muerto todos sus tripulantes.

Hoy es otro día de abandono y dejaré (aunque en cierta manera me duela…) que la casualidad inconstante nos reúna de nuevo. Sé que para él la espera es una angustia, y yo amo esa angustia que se pierde en el tiempo y soy yo. Su soledad me justifica.