Monday, February 27, 2006

Exorcismo de lunes por la mañana

El bus va lento y poco lleno. amaneció lloviendo (por fortuna), y no me importa salir caminando lento, cruzar el puente para esperar el bus molinos/carrera 17/gobernación. La gente se arremolina bajo los rescoldos del puente que ya está atestado, me importa un culo la existencia de estos miserables y sigo caminando hasta la parada, me mojo bastante pero lo disfruto, porque los días anteriores la ciudad estuvo bastante caliente. El bus va bastante lento pero no importa, ahi tiempo, eso creo. Miro el reloj, mierda! no tengo reloj desde hace como una semana que se le agotó la batería que tenía desde hace cinco años que mis papas me lo regalaron por haberme graduado como un bachiller bastante mediocre. Ya veo el amarillo del palacio de injusticia al bajar por la calle 34. timbro, me bajo adelantandomele a una anciana con paraguas, esta gente es muy desconsiderada, se me ocurre pasar un derecho de petición para instaurar la pena de muerte para las señoras gordas que no saben manipular un paraguas con cuidado, y para los triplehijueputas que no abren las ventanillas en los buses cuando hace tanto calor, o porque simplemente somos humanos y a veces el olor es putamente insoportable, sudores agrios, grasa de pelos sin bañar, y quien sabe que más inmundicias. Camino por la 12 y el andén es bastante estrecho, creo que no caben dos personas, miro unos charcos grandes que se formaron con la lluvia, y leo las negras intenciones que se crean en la mirada del taxista, tal vez desea mojarme con agua estancada sólo para distraerse de su trabajo solitario. Le devuelvo una mirada haciendole saber que hoy estoy asesino, que no quiere ser el primero en la lista de hoy. Entro al palacio, el celador me exige un papel y se lo enseño, el hombre bosteza y me hace seguir, camino hasta el fondo, subo los cuatro pisos hasta donde quedan las oficinas de los magistrados (no, maldita sea, otra vez), y finalmente entro al despacho donde debo trabajar. Saludo, e inconcebiblemente, a pesar del frío que hace fuera, el despacho está absurdamente caluroso, me siento frente al computador y enciendo a su vez el ventilador y lo pongo a diez centimetros de la cara. La primera vez que miro el reloj de pared son las 8: 15 de la mañana. Falta tanto, que mierda. Redacto la sentencia y me muestro decididamente benévolo, y no porque sea un gran filantropo, sino porque me pongo a pensar en estar en ese posición, tres gramos de coca, cuando la personal es uno, la permitida. El juez le había mandado como cinco años de carcel, que malparido tan cabrón. me provoca escribir Yo, administrando injusticia en nombre de la república y por autoridad de la ley resuelvo: PRIMERO que el juez cuarto penal del circuito es en pletórica redondez un perfecto hijo de puta, condenesele al empalamiento y en caso de no conseguirea Vlad III para el procedimiento, lo condeno a la horca, a ver si le gusta. Termino la sentencia, pierdo al rededor de media hora arreglandole tamaños de letra y demás maricadas. Me excuso para ir al baño, pero me extravío y termino en la oficina de Luis k. Es un buen amigo, pero las zorras con las que trabaja, todas megalómanas y vestidas de traje me dicen que no esta. De seguro hablan algunas palabras sobre mi a mis espaldas cuando salgo, manera de distraerse de estas abogadas neófitas y prostitutas. Sigo buscando a la compañera de universitaria ideas bastante snobs y estúpidas pero me entretiene un rato. Ella me dice que todo bien, que la carrera, el futuro, que en fin... Yo no le respondo pero pienso de nuevo en la pésima elección. me despido y suena el celular. Es Muis-k, me pregunta si lo fui a buscar, si, si fui, pero esas perras me dijeron que había salido, yo pense que lo estaban negando. risas. Nos vemos de pronto al mediodía (no nos vimos). LLego a sentarme como un miserable frente al computador, que por otra parte es una mierda, pues tiene más capacidad un cd virgen que ese armatoste. Me agarro la cabeza, me imagino con felicidad que se toman el palacio "si, veinte años después (insertar nombre de grupo insurgente), se toma las instalaciones del palacio de injusticia de Bucaramanga, su único propòsito era que Carlos Daniel A. no trabajara más, en violentos operativos murieron abaleadas las perras que trabajan con Muis-k."
Dan las doce, me despido, voy por Marta. Llego al despacho: Vieja, que delicia de aire acondicionado, podría quedarme a vivir acá, además su compañera de trabajo me gusta (aunque también es una perra snob, a pesar del tatuaje que tiene en la base de la espalda para demostrar una rebeldía inexistente). Y esos zapatos, me pregunta. Es que el magistrado no me deja venir en tenis, el sometimiento, la esclavitud, che, vos sabés. Me toco pedirselos prestados a un tío. Risas. tiene cigarros, la increpo; paila, responde. Mierda, que se le hace, vamos a la cafetería de afuera a fumar. No puedo quede de almorzar con C. Me va a dejar botado, jódase, digo dando media vuelta. No sea asi, nos vemops esta noche si o que. Mierda, ya me había olvidado de eso.
Fumo solo en la cafetería y pienso en la reunión a la que me engatuzó a ir el compañero universitario que nunca llama, pero extrañamente ayer si, me pregunto por la salud y demás (ya era extraña la conversación). cuando me encarreto, me invito a una reunión política donde va a hablar su padre político que a mi me parece un hampón y un pusilánime y me cae mal. jueputa, pienso para mis adentros. Duermo toda la tarde y mi hermana me levanta a que le cuente que pasa en que viva la música, es para mañana a las seis, ya no alcance. le cuento lo mejor que puedo y luego me dedico a embrutecerme en la caja estúpida. Pienso en mis abuelos, no se por que. Especialmente en mi abuela, me da nostalgia de cuando no este, porque la miseria de mi vida se estaría elevando a la z potencia. Trato de leer pero no puedo, de nuevo internet, los blogs de siempre (que son pocos), algo de música y la nostalgia. Como algo, más internet, tiempo perdido, tiempo perdido, trato de escribir algo inteligente pero no puedo, estoy bloqueado. Pienso en lo mierda que va a ser la reunión dentro de unos minutos, por lo menos ver algunas caras de amigos, que Muis-k me cuente alguna maricada entretenida que le haya pasado hoy. Bloqueo a todos en el messenger, me doy cuenta que es estúpido, más bien me desconecto y ya, pero no, el impulso casi instintivo es más fuerte. Quiero fumar pero no hay cigarrillos, ir a la tienda sería toda una odisea, mejor después.
Llegaron papá y mamá y hermana, solo queda coger las llaves del carro y largarme a la maldita reunión, ojala que por lo menos en medio de tanta habladera de basura sobre como va a robar y a rasguñar el erario público nos dé comida.

Wednesday, February 22, 2006

PESADILLA DE MALCOLM X O DE MARTÍN LUTHER KING O DE UN SKINNHEAD CUALQUIERA

Donde quiera que tus manos sin dedos dejen la huella de tu espíritu
MANUEL ZAPATA OLIVELLA,, CHANGÓ EL GRAN PUTAS
Changó dios del gran falo: ¿por qué nos maldijiste?. Sólo éramos unos pobres negros con la piel muy tostada por las inclemencias del sol.

Otra vez la maldición de haber nacido de color en este mar de blanca podredumbre; de nuevo es este dolor punzante en los tobillos por que me arden las llagas pululantes que me dejan los grillos infinitamente apretados, de nuevo esta opresión de espíritu y de sangre y de piel, soledad y llanto: ahora lloro largos ríos de ébano, soy el vómito de una legión de oscuros fantasmas. Negro, negro, negro, me grita una voz apagada en mi cabeza, arrastro casi sin pensar estos pesados aperos, a veces están hirviendo por el calor que hace. El que estaba uncido a mi bajo el mismo yugo yace muerto entre la madera y los hierros y ahora soy yo quien tiene que soportar el peso de su hediondo y negro cuerpo exánime.

El campo que me condenaron a arar en una lengua que no comprendo parece no terminar nunca, al igual que los despiadados azotes que siento ya no en mi piel, que no existe, sino en mi carne muy roja y palpitante cuando se incrustan en ella las grapas de la fusta. Este es el único lenguaje que entiendo: el de la sangre y el azote y la carne desgarrada.

Arrastro el arado por días, meses y años, no duermo porque dentro de mi se que debo terminar tarde o temprano con este campo, es mi deber. Pero es inútil, no termina nunca, la maldita tierra no se acaba.

Mi blanco, sudoroso y pusilánime verdugo no cesa de azotarme, me increpa incansablemente a realizar mi labor más de prisa:
-rápido, más rápido maldita bestia- grita.
No le respondo nada porque es innecesario, al fin y al cabo le doy la razón, y es más, también yo anhelo acabar de arar este campo algún día(y eso que soy negro).

No lo culpo y hasta me compadezco de el, y hay ocasiones en que quisiera gritarle que me azote más y con más fuerza, que me punce con su lanza y que me hiera profundo. No lo hago porque comprendo que es completamente inútil, y porque todos estos tormentos (aunque prolijos) no lograrán que a mis negros pies les nazcan alas. Sin embargo me gustaría que el se diera cuenta y me torturara con crueldad, pues se que esto lo hará sentir mejor; pobre de el, realmente lo compadezco.

Pasan siglos y siglos y mi trabajo no para, no he descansado un segundo ni mi verdugo tampoco, aunque ya noto su rostro muy viejo y cansado y en el horizonte la tierra sigue apareciendo sin parar bajo los inclementes rayos del sol. Camino más rápido, corro ya, pues siento la enorme y pesada esfera solar sobre mi cabeza y siento que se me mete adentro y me comprime cada una de mis células, cada fibra de mi ser. Tropiezo y caigo y no tardan en llover sobre mi los castigos que mi verdugo y amo me inflinge, pero realmente estoy muy cansado, ya no puedo más, la visión se me nubla y me voy de bruces contra la blanda y cálida tierra.

Despierto agotado y sudando a mares y me acerco las palmas de las manos al rostro y las examino cuidadosamente.
-son blancas, que alivio- digo con una voz lenta y casi imperceptible pues una terrible sed me abraza la garganta.

Todo ha sido una pesadilla, que horror, la negrura, la perpetua e inhumana esclavitud.

Me doy vuelta sobre el camastro y se me erizan todos los pelos del cuerpo del dolor ardiente que siento en la espalda, es como si me la estuvieran acariciando con carbón encendido. Tanteo la mesita de noche y trato de alcanzar los anteojos y el vaso con agua. No los encuentro, no hay ni agua ni anteojos ni mesita de noche, lo único que descubro con horror es que el dorso de mi mano es más oscuro que la noche.

Kiny.

Friday, February 17, 2006

CAPÍTULO 8

Fastidiado, salió de la funeraria y empezó a deambular erráticamente por la ciudad. Pensaba en lo cobarde que había sido y admiraba el carácter de Paola que le había dado la fuerza para quitarse la vida que el no merecía, así tan fácil como apagar una bombilla, como soplar una vela; cosas a la larga tan sencillas pero que muchas veces se ven frenadas por un momento de torpe decisión, algo como la conciencia, si es que realmente existe.

Se daba cuenta poco a poco que Paola había decidido en ese tierno y fatal momento devolverle a él la vida, de alguna manera devolverle las llaves de su destino que algún tiempo atrás le arrebatara sin permiso ni licencia alguna. De golpe eran las tardes de Domingo, la familia y el estudio pero Paola. Paola dejando un hueco de profundidades insondables, un abismo oscuro y frío, un cañón pálido y sin río. Era devolverle la vida pero condenarlo a vivirla sin ella, sin la presencia de ella, sin la fantasía ni tampoco el llanto ni la risa.

Se detuvo a tomarse un trago encerrado y mohoso en un sitio de mala muerte, oscuro y con visibilidad nula a causa del humo de los muchos cigarrillos encendidos. Pensaba en ella y el odio en su corazón volvía a ser, extrañamente, el amor, una felicidad bizarra, masoquista y por lo general doliente pero tan presente y tan reconfortante, ese estar como suspendido, como de nuevo asido por esa mano invisible, de nuevo ficha perdida pero ordenada bajo la justicia de ese tablero de ajedrez. Después de unas copas sin hablar más que con el mismo y a veces con ella pero tan allá, tan del otro lado, más allá por fin de la urna de cristal, debajo de la tierra pero también tan fuera de estos elementos banales, allá en un lugar que era como el cielo, no por lo de siempre sino por lo terriblemente amplio y lo deliciosamente azul, en algún lugar en su conciencia y entonces las varias copas y estar otra vez borracho, como tantas otras veces pero ahora finalmente tan diferente, ahora que veía tan claro, ahora que por fin comprendía aunque no quería comprender, algo que era a la larga domingos por la tarde y eran libros y también era este alcohol que se estaba tomando y la mente enfocada, precisa, los recuerdos deslizándose lentamente de la mano del tiempo, sin afán, sin consideraciones mientras él entonces apuraba otra copa y las piernas ya no tan firmes, ya no tan seguras de sostener a toda su humanidad pero todo por fin vislumbrado, que luz al final del túnel ni que porquerías de esas, más bien los ojos que se acostumbran a la oscuridad y ya no tienen que tantear, la aparición de nuevo de los contornos, los vértices que lo guiaban por ese pasillo de luz fundida que era su vida ahora devuelta con todo y domingos por la tarde y alcohol en las venas.

Ahora era otra vez una especie de claridad como la vez que había huido del centro, si, no le daba miedo confesarse a sí mismo que había huido de allí cobardemente pero también por ella, por ella esperando así no fuera en un lugar fijo, era lo de siempre, una especie de encuentro casual pero tan predestinado, tan fijado con sello y firma y sangre, frase escrita en el libro más viejo del tiempo. Salió del bar dejando un dudoso y arrugado billete sobre la barra, pero el golpe de luz en sus pupilas lo espanto y tuvo que regresar, otra copa por favor y el baño. Finalmente tomo impulso y salió sin mirar atrás, esta vez sin esa bandera triste y rota, sin ese estandarte del fracaso, del eterno fracaso. Una vez en la calle intentó caminar rápido por toda la 33 pero su equilibrio fallaba y tenía que detenerse a recuperar el camino, el aire no hacía falta porque un cigarrillo tras otro, la caja de veinte, por fortuna.

Se detuvo en el parque las palmas, se tiro sobre el pasto en el lugar más solo que encontró. No tardaron en ofrecerle un vino dulce y barato que se bebía del gollete y tampoco tardo en aparecer el jíbaro con una agitación extrema, casi paranoia, quien sabe que estaría consumiendo. Pero esta vez no, esta vez solo el pasto y pensar y de vez en cuando Paola como un relámpago en la razón, una punzada fuerte no en el corazón pero si en el vientre que le hacía retorcerse de un dolor inexistente pero tan real, y Paola tan magnífica y tan muerta en su ataúd de caoba o roble o pino, como podía saberlo si nunca le había interesado la carpintería, pero mirándolo con los ojos cerrados dentro de esa caja de madera, la palabra nunca dicha y el gesto apenas adivinado, apenas como un asomo, cono clavando las uñas y clamando por salir del foso de la muerte, y otra vez un frío recorriéndole la espalda, como un hielo pasado desde el coxis hasta la nuca, y prolongado tanto tiempo que quemaba, y ahora también le quemaba la conciencia por ser un tonto, por nunca darse cuenta, por haberla condenado en su tribunal de silencio y demonios y vampiros, él que una vez había escrito que la odiaba porque le había vuelto la vida una mierda, que lo había arruinado en un instante con algo que salía de los ojos y de la boca de ella pero que venía de más allá, un lugar profundo, gruta con ratas y murciélagos y dios sabe cuantas cosas más. Ahora se daba cuenta que de nada servirían las tardes de domingo, ni los libros ni el alcohol si ella no estaba, aunque también era cierto que esas dos vidas no podían ser llevadas al tiempo, universos paralelos hasta el infinito, los libros y el licor y Paola, un imposible, era como una foto mal tomada, la imagen siempre borrosa y la película que no encuentra su perfecta alineación; y así y todo le dolía, aunque imposible, aunque nunca, aunque Paola.

Se incorporó lentamente y se sacudió las pequeñas ramas que se le habían quedado prendidas a la piel, a la ropa, las del espíritu, ya marchitas, era imposible desprenderse de ellas, inútil siquiera intentarlo. Camino lento y respiró hondo, tomando fuerzas, sacándolas de adentro, de donde se habían ido a refugiar. Aceleró su marcha, de nuevo por la 33 dispuesto a llegar junto a Paola ahora tan distante, tan enterrada, tan fría y a la vez gusanos. La visión le pareció de nuevo desagradable pero nada que hacer, debía llegar allá y no sabía muy bien porque, era como un eslabón más en la cadena que debía forjar y unir, tomar los pedazos del rompecabezas y levantarlos del polvo del olvido, y esa secuencia de alguna manera Paola, tierra removida y recuerdos y gusanos. Ya iba ganando terreno, la brisa caliente en la calle atestada de gente que trabaja, gente que estudia, gente que anda por ahí, como monstruos, como entidades perdidas en ese tiempo y en ese espacio que debían ser solo de el, rostros que se detienen a observar un momento y lo único que encuentran es caras espejos que les devuelven el espantoso reflejo del alma podrida, de la voluntad tantas veces aplastada y el ahí, caminando como sin rumbo pero ya todo tan claro, tan definido, todo paso a paso y los cigarrillos, por fortuna.

Ya ganaba el puente de la flora, lo dominaba en toda su altura que ahora no era tanta pues todo tan claro, la puerta casi abierta, el ulterior descubrimiento que había esperado siempre en la puerta clausurada, todo tan Kafka pero pasándole a el, pequeño bicho insignificante perdido y aplastado en su propio camino, en su miserable vida devuelta desde el más allá, desde el veneno agrio que sentía en la garganta como si el fuera Paola, estoica y audífonos y muerte lenta, tal vez el dolor pero la dignidad, nada de retorcerse como lombriz, aceptar el frío que entraba al cuerpo y le iba arrebatando de a poco y de a gotas de sudor la vida, porque era la muerte que ya la abrazaba, la música que ahora sonaba para nadie, para unos oídos sordos, unos oídos que ya nunca más. Se detuvo un momento a admirar la muerte que nunca fue capaz de encarar, la parca sonriente desde el suelo doscientos metros más abajo, llamándolo y tentándolo a tirarse, al abrazo, al golpe y el fade-out como de película, imágenes que como la música de Paola nunca más, que como Paola eran un antes y ahora pozo sin fondo, horizonte que se acaba por más que la vista se esfuerce, por más que cualquier cosa y el sol, justiciero posándose de nuevo sobre el agua, calmando su sed y dándole paso inevitablemente a la terrible noche, a ese fin tan esperado pero que a la larga tan de repente, sorpresa que salta a la cara sin aviso, en fin, el destino.

Se bajó del muro de donde el vértigo no fue capaz de empujarlo, como tantas otras veces había fracasado, el llamado y al final el arrepentimiento, el mejor después, nunca se sabe si por fin las cosas perfectamente ordenadas y la cara ahora si estrellada en el pavimento allá abajo, y la vida que se sale en el chorrito de sangre que sale de su boca, tibio y ya sin venas, ya para que circular, ahora todo tan bien, porque se sentiría muy bien el descanso finalmente en el suelo, el tan anhelado fin de la jornada pero como otras veces hoy tampoco, hoy solo eran los cigarrillos y la borrachera que se le iba bajando y seguir andando, a ese encuentro, a completar la moneda de una sola cara, a un no sabía que pero que lo obligaba a seguir caminando.

Finalmente llego a las puertas del cementerio las colinas, arranco una flor muerta de una maceta y siguió su camino al lote de Paola, donde cigarrillos, donde abismo y muerte, donde gusanos, donde por fin...
Se sentó donde la tierra aún estaba removida, el pasto húmedo aún por las lágrimas derramadas, donde el viaje de Paola y donde tal vez la respuesta sin incógnita definida. Deshojó la flor que se deshizo en el viento como cenizas de eso que se desgajaba, de esa claridad, de esa criatura que vive adentro y que quiere salir pero que la luz la cega, se repliega y otra vez la caverna pero todo por fin claro, todo Paola y cigarrillos y veneno y labios fríos y agrios, el fin de los besos y de la fantasía, la vida recuperada y la ilusión perdida, todo en un instante, tiempo detenido y espacio que cede y se dilata, todo eso que está ahí pero que de alguna manera no cabe por más que luche, por más que intente y cómo explicarlo con palabras si ya no las hay, ya es todo silencio y tratar de comprender, recoger las migajas que aún quedan en la baldosa, apurar una copa y se acabó la fiesta y el llanto aunque sin embargo el dolor, nunca se sabe.

Pasó toda la noche allí acostado sobre la tumba de Paola, separado de ella por tierra y humus y pasto y por esa otra barrera invisible pero del todo insalvable, ella tan lejos y el aquí con su vida devuelta y sola e insípida y todo un despropósito, un sin sentido, pero allí pasó la noche entera, mirando los ojos que pronto cuencas de Paola, tratando de comprender la inutilidad de su sufrimiento.

Kiny

Wednesday, February 08, 2006

CAPÍTULO 7

Siempre preferí mantenerme, en lo posible, alejado de Paola. Su presencia irresistible e infecciosa, contornos precisos que hacían un perfecto contraste con la vaguedad de su mirada, labios llenos de promesas rotas y besos agrios, manos sin tacto, auscultaciones metafísicas que devanaban el alma del más prevenido espectador de su vida, eran cosas que no se debían pasar por alto. Paola peligrosa como una incurable enfermedad del espíritu, ruptura incierta pero tangible, derrumbe de ladrillos de arena con el terrible estrépito del silencio, ahogarse nadando en el aire mientras se busca con desesperación llenar los pulmones con un soplo de agua, todo en fin, tan un poco de ella.

La última vez que la vi intente esquivar su mirada, pero era un encuentro inevitable, cósmico, perfecta alineación de astros para que estuviésemos ella y yo cara a cara, nada que hacer. Fue casi lo de siempre, aunque ahora más esquivo y olvidado, un resquicio en la memoria que busca perderse como alejándose por pequeños callejones, eran otra vez los ojos de Paola frente a los míos tan indefensos, guerreros solitarios y derrotados frente a un terrible ejercito legionario compuesto por miles. Las palabras eran como piedras arrojadas contra la lápida del olvido, tan gastada y triste ahora que casi dejaba ver el cadáver del recuerdo, un horrendo crepitar de llamas de nuevo en la conciencia, pero nada que hacer, ahí estaba Paola con sus palabras como flechas, vanas historias que como siempre jugaban con el tiempo como un gato lo haría con una maraña de lana, mezclaba cosas del pasado con el presente y con otras que no habían sucedido, salvo en sueños o en místicas y nunca dichas profecías que como siempre eran Paola y a la vez un poco también yo atrapado de nuevo en ese ataúd de cristal, en esa caja de música que desde nueva sólo toca las notas del silencio, eran costumbres ya perdidas por propia voluntad, y que venían de nuevo obedeciendo a coincidencias malsanas pero inevitables y otra vez los ojos de Paola fijos en la mirada que inútilmente se resignaba a morir pero que yacía muerta, inexpresiva por el peso de muchas penas y porque se habían quedado mirando largo y sin reparar en el dolor del alma que es el peor de todos porque es incurable y es eterno, hay quienes dicen que es el infierno en vida, meandros de la voluntad putrefacta que perduran más allá de esta carne y de estos huesos que lentamente se deshacen en una pila de escombros de lagrimas y sufrimientos decapitados burlándose pacientemente sentados sobre la llama eterna del pecado.

Por eso ahora escribo a las tres de la madrugada después de deambular por ahí por la ciudad, me agarro la cabeza fuerte, fumo un cigarrillo tras otro, me paro firme sobre mis piernas mutiladas y con orgullo pongo la mirada en alto y me miento a mi y al mundo diciendo que soy un valiente, pero la cobardía recobra su protagonismo y me golpea fuerte con un bastón de recuerdos directamente en el cerebro que se niega a aceptar un pasado escrito con una tinta invisible, código secreto y jeroglíficos de sangre y Paola de repente, majestuosa, gigantesca con una pluma que es a la vez una cuchilla de filo profundo y brillante que corta las pocas telas de araña, esos hilos de virgen que con tanto esfuerzo había construido los últimos días para aferrarme a la vida o a algo similar, pero que era cortado tangencialmente por la escritura cuchilla de Paola, por sus ojos que escupían fuego sobre las llagas purulentas de mi alma y era en un momento caer de nuevo, el abismo, las anfetaminas y el licor y la vida cien veces destruida, la sangre que se esparcía lentamente por el piso ahora escarlata volvía de nuevo a introducirse dolorosamente por las muñecas abiertas en cortes muy bonitos como de manualidades parvularias reafirmándose con fuerza a una vida terrena y falsa, suturado con un llanto balsámico como de ángeles que a la vez son demonios porque ya no es tiempo de banales discusiones sobre el bien o el mal porque ya no tengo salvación, porque otra vez el exorcismo incompleto, la cucaracha a medio matar, el sol radiante medio oculto tras las nubes oscuras y estar frente a esta pantalla escribiendo no se si un testimonio o un acta de liberación que me permita desprenderme otra vez de la red que Paola tendió sutilmente con su mirada, tantas veces olvidada a conciencia, pero otra vez ahí y nada que hacer.

Se que ahora no habrán más encuentros casuales, sólo estaré yo buscando su significado borroso en esta enorme y pesada enciclopedia que es la ciudad, de nuevo las manos torpes del que recién es ciego palpando las figuras y los contornos que nunca aprendió a identificar por el tacto, ahora es esa oscuridad terrible a la que las pupilas no se adaptan, pero nada que hacer, aferrarme a lo de siempre aunque sean ramas secas que con facilidad se rompen, hundir mis uñas en las montañas del olvido y pedir por siempre asilo en esas áridas tierras delo que nunca fue y jamás será.

Kiny

Tuesday, February 07, 2006

Instrucciones Para Escribir un Cuento sin Puntuación

Estas instrucciones las encontré en un manual viejo muy viejo y también muy sucio que había en la biblioteca de mi casa y quise compartirlas con la gente que quiera leer este catalogo o que como yo siempre haya querido escribir un cuento sin ningún signo de puntuación solamente con el punto negrito triste y solo muy solito que se halla al final del escrito porque sus hermanos puntos y sus primas comas y sus medio hermanos punto y comas no quisieron venir a la mente del escritor que redactaba el cuento que siempre había querido escribir sin puntos ni comas solo el punto final redondito y como a punto de llorar porque estaba solito en medio de las letras que le amenazaban con pegarle y se burlaban de el aprovechando injustamente que estaba sólo muy solito y que ningún signo de puntuación podía salir en su ayuda como otras veces en que los paréntesis habían encerrado a esas malvadas letras que se querían pasar de listas con el pobre puntito pero me estoy excediendo hablando del punto solito y triste y de las instrucciones nada he dicho pero eso siempre pasa porque uno cuando escribe se pone a pensar es en otras cosas distintas a las que piensa escribir al comienzo y todo después se le confunde pero no en esta oportunidad en que les voy a decir las instrucciones para escribir un cuento sin puntuación como ese que leí en un libro de Augusto Monterroso y aunque muchos digan que no soy original y que más bien soy un copietas tal vez tengan la razón aunque yo lo que creo más bien es que don Augusto Monterroso también encontró en su biblioteca un manual muy viejo y muy sucio con instrucciones sobre como escribir un cuento sin puntuación y como tal vez el siempre había querido escribir un cuento así pues simplemente lo escribió pues con las instrucciones es mucho más fácil ya ustedes verán cuando se las diga pero eso tendrá que ser en otra ocasión porque hoy como siempre terminé escribiendo otra cosa diferente a la que pensaba escribir.

Kiny