Wednesday, February 13, 2008

la contraparte

Me parece haber necesitado, más que alguien que respondiera mis preguntas, alguien que las supiera formular. La vida, para nosotros, los que somos concientes de no ponerle una sonrisa falsa al sol, es una disyuntiva que se prolonga hasta que tenemos una lápida encima. El ejercicio incesante de esa dicotomía nos desgasta y consume nuestros esfuerzos; por eso vivimos fatigados, apagados, sin otra esperanza que esperar que las desgracias personales no se hagan, con cada elección errónea de la dicotomía, peores. El tiempo nos va quitando partes intangibles que ya no recuperaremos y somos como la mandarina, de la que al final no queda sino la cáscara seca, que por lo general se deshecha. Cómo sustraernos de esa regla psicológica y social que nos obliga siempre a decidir entre una cosa y otra? Anarquía? No creo, eso es para imbéciles drogadictos con un tarrito de aerosol en su mano y un maní dulce por cerebro.

Hace algunos meses, decidí (como siempre, decisiones, ¿por qué no imprevisiones?) presentarme a la universidad nacional para estudiar literatura, materia de la cual tengo un conocimiento poco menos que superficial, pero que de alguna manera me apasiona (aunque mis pasiones duran un instante más que la memoria de un perro). Había escuchado que ingresar a la universidad no era fácil, por lo que no le hice mucha fuerza y simplemente viaje al dichoso examen sin preparación alguna. La noche anterior me encontré en el centro con G. quien tiene una posición decadente ante la rutina, y quien como yo es conciente de haber nacido para no brillar. El fracaso es nuestra sombra y la conciencia del error no deja de hablarnos al oído. Nos tomamos algunas cervezas y cuando ya me sentí algo ebrio decidí irme a dormir. Tomé un bus que por la carrera séptima me llevara hasta chapinero. Cuando me bajé, caminé los más rápido que pude, pues el apartamento donde me hospedaba está ubicado en un lugar que de noche se me antoja todo menos santo. Un par de gamínes que trabajaban cuidadosamente en un ladrillo advirtieron mi presencia. Eché a correr por miedo a arriesgar mi dinero (poco, en efecto), mis órganos vitales y mi virginidad anal. Al día siguiente mi tía me levantó temprano y me llevó hasta el centro, al lugar donde debía presentar la huevona prueba esa. Me sentí como un gusano réprobo: nadie me dirigía siquiera una mirada de complicidad, todos se empujaban a la entrada, y no tenía sencillo para hacerme a un par de cigarrillos mientras pasaba la inquietud de aquella gente. Pasó todo en un par de horas. El profesor negroide que custodiaba el salón, cuando se me acercó a pedirme el documento, me miró con un asombro ridículo y me pregunto con cierta alegría si yo venía del Chocó. Evidentemente, se alegraba que un negrito de tierras ignotas, bananeras y con malaria, llegara a esas instancias educativas. Muy seguramente llegó a esa conclusión por la avejentada jeta que ostento a mis escasos y mal vividos veintitrés años. Le dije que no, que yo venía de Santander, tierra de la envidia y la intolerancia, y perdió el interés y me dijo que dejara mis pertenencias sobre el escritorio. Le dije que no traía nada porque me habían dicho que por ahí robaban, sólo llevaba el lápiz, el lapicero, la cédula y una tarjeta capital con algunos viajes de transmilenio.

No continuará.
No soy premio nobel de la paz…déjame en paz.

Friday, February 08, 2008

JUEVES

Últimamente me ha sido dado entender que vivir es un ejercicio constante de hipocresía. Mientras mejor domines el arte de aparentar ante los demás lo que esperan de ti, menos tropiezos tendrás en la rutina. No me gusta aparentar pero me gustan aún menos los problemas y por eso trato de estar a la raya, mantenerme a flote. Me agradan las cosas sencillas como encontrarme a Paola en una cafetería del centro y descubrir lo mucho que me gusta su cara y ponderar todo el tiempo que perdí sin tener eso presente. Me gusta la forma simple y suave en que me dice que siempre almuerza sola, que puedo pasar cuando quiera por ella y hacernos un poco de compañía, me gusta también la forma en que se aleja sonriendo y para mi es una esperanza que se pierde en una noche oscura como una luminaria a la vuelta de una esquina cualquiera. Me parece que es como una vela que yo mismo me encargaré de apagar con mis represiones y el sentimiento necio que me indica que las circunstancias importan poco y que a la larga el esfuerzo es siempre inútil. A ella le dedico mis miedos y la mirada vacía de un inútil que se sienta a almorzar sólo atrás para que nadie lo vea. Algunos días, muy de vez en cuando, me da la impresión que el mundo vale la pena. Pero se me pasa rápido.