Sunday, August 26, 2007

una líneas para no decir nada


Enterrar un cadáver o reducirlo a cenizas supone de alguna manera cierta levedad, y no es de extrañarse, cuando cago me siento un ser mucho más liviano. No tengo absolutamente nada que decir y por eso mi rutina no es diferente a la de un perro, ayer es igual que hoy y será exactamente igual mañana. El calor sigue ahí, las mujeres que no merezco siguen huyendo, la ciudad vibra lenta como una vena que se marca en una cara enfurecida. Aún hay cigarrillos sobre la mesa y el gas del encendedor aún resiste negándose a morir con la necedad de un enfermo terminal. Los atardeceres brillan en púrpura y la gente sigue untando de mierda los zapatos. Habito éste primer círculo cómodamente y deambulo indiferente como la chica sin brassier que se cruza conmigo en la parada de bus. Afuera la indiferencia ruge con violencia, la calle es preámbulo de alegrías y desgracias ajenas, y yo no soy más que un espectador sumergido hasta los ojos en ese cieno absurdo que los demás tejen en su frenesí de justificación. La policía se pasea de arriba abajo como un ojo inclemente del mal, y en el refugio del pensamiento anhelo que la desgracia caiga sobre ellos. Me hartan sus injusticias y sus falsas presunciones, su espectáculo que nadie compra de protección y seguridad, y sus estúpidas ínfulas de moralidad y gloria.

Hoy (que con seguridad no sea el hoy en que lees estas líneas) venía de regreso en un bus pestilente que se movía con la decisión binaria de una cucaracha hambrienta. De repente, aborda un sujeto que clama casi llorando no sé que medicina para su hijo epiléptico que yace en la cama de un hospital, tratado bajo el amparo del paupérrimo, miserable e ignominioso carné del sisbén. El hombre se empecinaba en recalcar que no importaba la cantidad, ya conocemos todos la frase que reza que peor es nada (aunque evidentemente no es peor, es simplemente nada). Según parecía, era más efectivo y de hecho más factible que el sujeto hubiese pedido una cadena de oración, o que sacase una camándula e iniciara un rosario por la salud del infante, o que solicitase oscuros favores tras alguno de los pórticos de los dioses del necronomicón antes que obtener la mentada medicina. Todos le ignoramos con la misma avidez con que se cambia un canal de ventas por televisión o con que se atiende la reprimenda de una tía abuela. Afuera la carrera 33 se tendía larga sobre su asfalto estúpido y se revolvía en su particular infierno vehicular, las aceras llenas de autómatas con sudor en la frente y el cansancio propio de lo absurdo reflejado en sus ojos de muñecos muertos. En la silla de al lado dos nulidades jugueteaban una pantomima erótica y repulsiva que no alcanzaban a comprender; de algún recodo me llegaba un repulsivo hedor a toalla higiénica usada. Pensé en Catalina y en las pequeñas trivialidades que nos separan; ella fuma kool Light y yo marlboro; a mi me gusta Borges, y a ella qué demonios le gusta?... Otra vez estoy en el borde de ese abismo enorme que existe solamente en mis sinsentidos y pesadillas diarias inconclusas. La miro a los ojos y la siento lejos, caigo de nuevo a la tierra inflando mi ego con el pesado y eterno sentimiento de la barrabasada. Enumero sin categorías los grandes errores de mi vida : nacer, crecer siendo un idiota, no dejar de ser idiota, y no tomarla de la mano cuando siente que va a sumirse en la nada. Me rasco las bolas con la certeza tranquila de saberme hecho para insignificancias. En mi biografía jamás escrita se resaltará el mango verde que alguna tarde me comí en la esquina de la carrera 13 con calle 35. La melancolía no me alcanza en estos días y me roza apenas como la niebla rozaría un barco en alta mar; el único riesgo es perderse en esa hipnótica suavidad velada. Cuántas almas se apagaron hoy en la vacuidad de mis ojos?, No creo que nunca se den los pasos suficientes, o mejor, los adecuados. En la agitación de mis sueños alguna vez alcanzamos la cálida seguridad de un vientre materno fuera del tiempo, en la vigilia siempre está la desagradable sorpresa (certeza) acechando en cada esquina con su traje de cobrador de iniquidades y su sonrisa de rutina disfrazada. Las lentejas se enfrían en la cocina y la noche abraza a la ciudad en un nuevo capítulo sin consistencia y con personajes desconocidos; el abismo está en los oscuros ojos de Catalina que están a veces en mis ojos que ya no quieren estar. Vamos afuera al festival de las axilas sucias. Cuánto pesa un día muerto?, Cómo pesar la densa eternidad de un momento?. Definitivamente cuando cago me siento mucho más liviano.

Se nos cae la cara de la vergüenza (adagio popular). – ojala se nos cayera algo, ojala (adagio impopular)-