Thursday, October 19, 2006

La vida es tan simple y tristemente vil que por lo general se restringe a eso, un vacío insondable que llenas inútilmente con lo primero que se te ocurra, que te de una, cuando menos ligera y efímera, sensación de libertad.
Las últimas noches azotado por el insomnio me han vuelto más intolerable de lo normal, un malparido francamente intolerable, patéticamente predecible; enfrentando ese vago y a veces ajeno sentimiento de odio que los demás me engendran con un yo poco lúcido y para efectos prácticos nefastamente inexistente. Me asaltan miedos infundados y ridículos que me hacen sospechar una locura invisible aunque tangible, me descubro preguntándome si la señora del aseo se sienta a escuchar mis pedos cuando entro al baño. Las pequeñeces se revisten de una magnitud impensable y abrumadora, mientras que las cosas que de verdad importan sólo me inspiran una meada, un irrefrenable deseo de enviarlas con un escupitajo franco para la mierda misma.
El lunes despierto aterrado pensando lo lejana que está aún la borrachera del viernes; el estómago lo siento como una guerra intransigente en el Líbano, con fundamentalistas suicidas apostados en cada esquina de mis intestinos dispuestos a explotar en elmomento menos esperado y oportuno. La otra noche soñe que me cagaba en un inodoro para enanos, y, para agravar la situación de un modo insufrible, se hallaba inclinado bastantes grados hacia atrás de manera que inevitablemente me cagué la espalda y me oriné las rodillas. Los demás presentes en esa batería de baños de Liliput me recriminaban con rudeza el deficiente y desastroso uso que había hecho de la diminuta letrina.
Dormirme día a día pasadas las tres de la mañana me ha cargado con nopoca injusticia, años que aún no tengo encima. Las ruidosas conversaciones de los grillos en el silencio de las noches abandonadas me han obligado a caminar sin cálculo en el umbral de una realidad aborrecible. Una realidad insensata e insalvable poblada de fantasmas erráticos, despóticos, intransigentes; su grosera y ruín insensibilidad hiere hasta los huesos, hasta que poco a poco te vas volviendo como ellos, el reloj corre con su incesante tic tac a tus espaldas, sientes como las manos sagradas, oscuras e inapelables del tiempo te empujan sin clemencia entre eso que detestas, que con lo más fuerte de tu espíritu aborreces; lentamente convirtiéndote en un fantasma, en otro hijo de puta insensible y sin sentido, pausadamente, sin afán, transformándote, observando con un horror diabólico tu propia metamorfósis, el cambio paulatino pero seguro a eso que nunca quisiste; las cadenas se cierran cada vez con más fuerza y se pierden las insignificantes huelllas de tú espíritu; la salida, el escape, se hallan cada vez más lejos, más inalcanzables que el horizonte, y son una idea casi tan hipotética e insulsa como el horizonte mismo.
Últimamente he notado con algo de sorpresa que hay una parte de mi que no conozco y que probablemente nunca llegue a conocer. Se manifiesta exclusivamente cuando estoy borracho. En las noches delicor se apodera de mi por algunas horas, en las que nadie, -ni yo mismo- dan razón de mi humanidad, y siempre se manifiesta a través de una ilógica e injustificada desaparición. En una ocasión llegué a casa empapado como si, en horas de la madrugada, me hubiése echado placidamente y sin reproches en cualquier piscina. Este sujeto me asusta, no se me haría extraño que en una de esas me despierte y me llegue la Fiscalía con una orden de captura porque el -yo- cometió un asesinato múltiple.
Siento ante la rutina, el mismo miedo espantoso e irrefrenable que sentí ante los inodoros de los enanos; por eso, como la otra noche...

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