Tuesday, September 26, 2006

just another night with Moebius

"la verdad está siempre a nuestra espera,
hasta que un día no podemos ya huir de ella"
José Saramago, La balsa de piedra
El luna park (*) estaba como siempre lleno de gente. Sentía el calor pegajoso que no dejaba respirar con tranquilidad. Las gotas de sudor en el rostro de Moebius delataban su incomodidad. Nos sentamos en cualquier lado con la botella de aguardiente y las cervezas; la inercia de la noche nos llevó a las trivialidades de siempre, al diálogo de la mutabilidad de las circunstancias, la lucha interminable e inútil contra el destino. A unos pasos tres punketos fracasaban en su intento por intimidar la gente, entonaban a gritos desafinados una canción remota en un ingles incomprensible. La gloria arribó con el vomito del lamentable y patético muchacho con una camiseta de “the ramones”; nadie notó cuando desaparecieron dejando la mancha rojiza en el pasto. Los gamines en la banca de la diagonal central fumaban desesperadamente un porro furtivo. Moebius propuso comprarles un poco pero no se veían de fiar, además pararse en medio del calor parecía impensable; aferrarse a la botella y a las pocas cervezas que se mantenían no muy frías parecía lo más sensato. Pasó el tiempo lentamente, la ciudad parecía derretirse a cada minuto; Moebius observó que los carros alrededor no podían quedarse quietos mucho tiempo, el asfalto podría derretir los neumáticos. Más tarde Moebius decidió sacar las últimas reservas, no era mucho pero alcanzaba para pasar un rato. Estábamos en esas mientras contemplábamos la insalvable diferencia que se presenta en el perímetro del parque y su interior; reflejo minúsculo y notable de la organización social, la gente que se interna en su instinto primario de buscar algo de naturaleza; el concreto envolviendo ese pedazo verde y respirando de el, los cigarrillos y los rasgueos de las guitarras con voces roncas y apagadas; el aguardiente, y Moebius y yo ahí, esperando nada, dejando que el tiempo se consumiera con los cigarrillos, con los rostros brillantes y las luces. Viejo apareció tiempo después, su llegada era ya inesperada. Se sentó sin preguntar nada y seguimos los tres tomando de la misma botella de aguardiente, y el calor, a pesar dela cercanía de la media noche, no cedía. Al poco tiempo llegó Mafia con su novio que no conocíamos. El fastidio fue evidente y así lo comprendimos todos; no tardaron en despedirse y seguir por su camino, no les quedaba más por hacer que metérse a un motel y terminar de asfixiar la noche en medio de un amor lento y pegajoso. Moebius sintió el llamado del instinto, o finalmente del aburrimiento, la desesperanza de no hacer ni mierda, de hacer lo mismo y terminar igual; la amnesia del alcohol y al otro día el guayabo, los malestares de siempre; soportables finalmente pero esta noche habría que hacer algo más, caminar un poco nos daría el rumbo. Tomamos por los lados del hotel Finest Star; cuando íbamos cerca de los locales de comida una manada de ratas nos hicieron corte; no me asombró tener por mascotas unos animales tan asquerosos. Viejo prefirió cruzar la calle alegando que en alguna ocasión había visto como una rata había agredido sin aviso a una persona. Seguimos así hasta que llegamos al callejón donde empiezan los letreros de neón, música a mucho volumen, gente que camina sin mirar a nadie a la cara; mujeres que esperan hacer el negocio en una esquina; aunque difícil. Compramos unas bravas en cualquier licorera y seguimos caminando, sin rumbo; guiados por el instinto de Moebius, por el silencio y la indiferencia. Entramos en cualquier puerta, no recuerdo el tipo de música que sonaba, no recuerdo siquiera si había música. Una gorda sobrecaderada nos recibió con una cordialidad fingida y nos invitó a sentarnos en cualquier mesa. Esperamos sin pedir nada, cada uno traía aún la cerveza en la mano; cada sorbo contemplando la oscuridad circundante, y el olor, inconfundible. Se sentó en la mesa una mujer triste, usaba gafas y parecía una profesora fea de primaria. Con acento metódico nos explicó su menú pues papi, seso anal, seso vaginal y seso oral para los tres por 30 mil, y si quieren masaje relajante, pues se les hace también. Por respeto no me reí en su cara, era conciente que en caso de acceder a su categórico y barato plan ni siquiera se me iba a parar, sólo me iba a dar risa pensando en la pobre puta explicando con prolijidad su negocio, que evidentemente estaba en decadencia. Si alguien va a escribir sobre putas tristes debería entrevistarse con esta muchacha, que horror. Le dije que nos dejara pensarlo y se retiró; cuando se volvió a sentar en su silla solitaria de la parte posterior, me paré de mi asiento y me dispuse a salir. Viejo y Moebius me siguieron sin decir palabra. Afuera compramos más cerveza y comimos unos pinchos de calidad dudosa, que bien podrían implicar un cuadro de intoxicación a la mañana siguiente. Seguimos nuestro camino, y, a la espalda del hotel finest star vimos un joven vestido con un smoking pálido parado afuera de una puerta de madera vieja. Sin preguntar nos abrió la puerta, y sin decir más nada nos internamos en la oscuridad de lo que parecía ser un garaje. Al final, unas estrechas y empinadas escaleras conducían a una trampa que transportaba a un segundo piso amplio y lúgubre. Un mesero costeño nos preguntó qué deseábamos tomar; por un momento pensé que todo era una trampa para que nos encerraran en ese sórdido lugar y el negro hiciera gracias con nuestras retaguardias. Afortunadamente nada de eso sucedió, nada compramos, nada interesante había allí, sólo la sospecha de lo impensable, la respiración de la bestia en el oído, ese terror tangible, que se adhiere sin clemencia a la piel y a los sentidos; lo mejor era abandonar ese lugar, y así lo hicimos. En la calle los rostros pintarrajeados y la ropa brillante pululaban. Una flaca en una esquina nos ofreció bareta por mil pesos, Moebius pagó, y nos entregaron algo envuelto en un empaque de papel higiénico. Nos retiramos un poco del gentío. Moebius cargó la pipa y fumó. Como una reacción impensada salió un chorro intempestivo e interminable de vómito. Con los ojos aún llorosos por el esfuerzo gástrico, manifestó que ya estaba mejor. Fume como por no dejar pasar la oportunidad, y caminamos lentamente de vuelta hacia el luna park; esperando a ver si esta noche; esperando a ver si por fin. Las horas transcurren ahora un poco más lento, el calor ha disminuido un poco; Moebius sabe como termina esa noche.

(*) no es difícil adivinar que se trata de las palmas.

1 Comments:

Blogger Cerebro said...

mmm "el negro hiciera gracias con nuestras retaguardias" que mal hubiese sido :S Oscuras noches.

6:58 PM  

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