DIÁLOGOS VAGOS, IMPRECISOS, DIFUSOS 1
No esperé que fuera de esa manera, dijo jhon mientras dejaba escapar el humo de su cigarrillo lentamente. Lo imaginé miles de veces y cada una de ellas fue diferente. Ahora es diferente también, siempre que espero algo pasa lo contrario, me salta ese horrible animal a la cara, si, el nudo se me ata en la garganta y no como si fuera a llorar, usted sabe que nunca he sido un llorón. Es más que eso, se me nubla la visión, pero no ésta que no es nada y usted lo sabe, es que a la larga yo mismo no lo comprendo muy bien, como podría decirlo.
Jhon se acercó a la ventana y botó la colilla del belmont. Metió la mano, no importa cual, a un bolsillo que tampoco importa mucho cual fuese, buscando los cigarrillos y el encendedor. Era una rutina sistemática, desde hacía tanto tiempo que ya no se acordaba era una apremiante necesidad ver salir el humo en formas siempre inexplicables por su boca, desgarrándole la garganta.
Ya no valía de mucho acordarse de esa gente, todos ellos juntos, él incluso, valían poco menos que un puñado de mierda. Sin embargo entre ese cigarrillo y estar hablando con laureen, no dejaban de pasar por su cabeza las imágenes de la muerte del gordo López. Una vez fumó mucha marihuana y tratando de calmarse el hambre que lógicamente lo atacó, murió atorado por una figurita delas que vienen entre los paquetes de papas.
Que gordo más güevón, dijo laureen mientras arrancaba un poco de la pintura descascarada de la pared. Miró con odio a la señora que pasaba casi santiguándose por el rellano delas escaleras. No era su culpa, dijo Jhon, simplemente era muy gordo.
Hubiese sido bonito llegar al entierro del gordo comiendo como cerdos, una especie de homenaje, dijo laureen.
Jhon no respondió pero sabía que había sido mejor así, igual el olvido estaba desde siempre deparado para ellos, sólo ellos que eran capaces de asumir estoicamente su posición de tristeza permanente.
Me es fácil enumerar las cosas que me molestan, puedo catalogarlas como si nada, acá, sentado con usted en ésta escalera que va del séptimo al octavo piso laureen. El odio nos define aunque no lo profesemos, que maldita pesadez secular que llevamos a cuestas, no le parece? Por qué carajos debo llevar esta carga si yo no la pedí. Se que es un argumento estúpido pero preferiría arrojarla por esa ventana, igual que he venido haciendo toda la tarde con las colillas.
Cuando la miro a usted ahí sentada, con sus muñecas todas llenas de cicatrices por las muchas “caricias” que se ha hecho con esas cuchillas gillette, no encuentro la más mínima diferencia entre usted y el gordo López. Igual...
Jhon dejó la frase inconclusa como siempre, bueno, como casi siempre, miró largo dentro del alma de laureen y arrojo una colilla en lo más hondo de su espíritu.
Jhon se acercó a la ventana y botó la colilla del belmont. Metió la mano, no importa cual, a un bolsillo que tampoco importa mucho cual fuese, buscando los cigarrillos y el encendedor. Era una rutina sistemática, desde hacía tanto tiempo que ya no se acordaba era una apremiante necesidad ver salir el humo en formas siempre inexplicables por su boca, desgarrándole la garganta.
Ya no valía de mucho acordarse de esa gente, todos ellos juntos, él incluso, valían poco menos que un puñado de mierda. Sin embargo entre ese cigarrillo y estar hablando con laureen, no dejaban de pasar por su cabeza las imágenes de la muerte del gordo López. Una vez fumó mucha marihuana y tratando de calmarse el hambre que lógicamente lo atacó, murió atorado por una figurita delas que vienen entre los paquetes de papas.
Que gordo más güevón, dijo laureen mientras arrancaba un poco de la pintura descascarada de la pared. Miró con odio a la señora que pasaba casi santiguándose por el rellano delas escaleras. No era su culpa, dijo Jhon, simplemente era muy gordo.
Hubiese sido bonito llegar al entierro del gordo comiendo como cerdos, una especie de homenaje, dijo laureen.
Jhon no respondió pero sabía que había sido mejor así, igual el olvido estaba desde siempre deparado para ellos, sólo ellos que eran capaces de asumir estoicamente su posición de tristeza permanente.
Me es fácil enumerar las cosas que me molestan, puedo catalogarlas como si nada, acá, sentado con usted en ésta escalera que va del séptimo al octavo piso laureen. El odio nos define aunque no lo profesemos, que maldita pesadez secular que llevamos a cuestas, no le parece? Por qué carajos debo llevar esta carga si yo no la pedí. Se que es un argumento estúpido pero preferiría arrojarla por esa ventana, igual que he venido haciendo toda la tarde con las colillas.
Cuando la miro a usted ahí sentada, con sus muñecas todas llenas de cicatrices por las muchas “caricias” que se ha hecho con esas cuchillas gillette, no encuentro la más mínima diferencia entre usted y el gordo López. Igual...
Jhon dejó la frase inconclusa como siempre, bueno, como casi siempre, miró largo dentro del alma de laureen y arrojo una colilla en lo más hondo de su espíritu.
1 Comments:
Bien que escribe, desde luego :)
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