Saturday, May 12, 2007


Es una misteriosa sensación, cada momento de espera tiene el sabor del tiempo perdido. Se desliza suavemente en el aire, y apenas si sientes como si un demonio te acariciara con descuido con sus garras afiladas de olvido. Se escapa, indiferente, y solo te deja ese vacío inútil que tratas de llenar con el absurdo de lo que quizá pudo haber sido. Las cosas son como son, una rosa es una rosa y es todas las rosas, y eso es todo. No es tu destino cuestionar el tiempo aunque tu naturaleza frágil no soporte su sacudida inapelable, buscando respuestas escondidas cuando la respuesta es única y la tienes ante tus ojos; el mundo es ese y nada más. Abrazas tu existencia y es un suspiro efímero que se disuelve en el aire sin despedidas ni señales; eres el pasajero solitario y triste de esa ruta perdida. El camino es largo y en el horizonte no se advierte más que una bruma densa y gris. Atraviesas el túnel inacabable, oscuro y mohoso y la locura que a veces se sienta a tu lado te toma de la mano para darte fuerzas. Sabes lo que has venido buscando desde siempre, hasta el cansancio; en algún amanecer ya olvidado el viento frío y húmedo te lo susurró al oído y te reveló el secreto que aún así resultó incomprensible. Cuando por fin la tuviste frente a ti no supiste qué hacer porque de tanto recrear ese momento en tu mente fue enredándose hasta el infinito y cuando por fin sucedió era la cosa más simple y te pareció muy poco, demasiado evidente, demasiado sincero para que la aceptaras como era: simple y fácil. Una rosa es solo una rosa, un trago es igual a cualquier otro trago. Ella no estaba allí para esperarte mucho tiempo, era tu oportunidad. El sol se esconde siempre y eso es algo que jamás podrás cambiar; ella se perdió a la vuelta de cualquier esquina dejando su aroma fresco de remordimiento, y tus dedos de abandono ya ni sus pliegues podían rozar; su ausencia se caía de tus manos como si se tratara de un puñado de arena terco y evasivo. Al comienzo corriste a buscarla con ese desenfreno con el que se trata de recuperar lo ya perdido; después ya te cansaste porque una calle era igual que cualquier otra, y en ningún laberinto advertías su presencia. Una rosa es una rosa. Entre el humo creíste verla un par de veces, en tu buhardilla de borracho irremediable sentiste en sueños que llamaba a tu ventana. Pero ya era tarde, de la ventana abierta no venía otra cosa que el rumor pálido y rítmico del mundo y del humo disipado no quedaba más que una mentira dolorosa flotando en el aire como una bailarina que se desvanece sin aplausos atrás del escenario. Pero seguías esperando, en cada página creías adivinar una pista pero no era así, una rosa es una rosa. Envejeciste, aunque nunca fuiste realmente joven. La lluvia llegaba sin falta en mayo y el cielo melancólico se vestía de gris para alegrar a las flores. Sentías cómo todo se iba apagando adentro advirtiéndote que ese río terrible te había pasado por encima y para ti no había nada más, porque así como una rosa es una rosa, las noches no son más que noches y seguirán pasando con su caminar furtivo hasta el final de los tiempos. En mayo llovía, sí, y tu la imaginabas corriendo libre por la calle mojada y límpida, saltando de charco en charco como si el terreno intermedio estuviera hecho de un tejido aborrecible de pecados olvidados, dejados sin remordimiento en el tiempo de las esquinas y las adivinanzas en las paredes de ladrillo. Tú ya no esperabas porque sabías que jamás volvería, conocías el significado de la angustia y de la ausencia verdadera; sin embargo esa certeza triste era a la larga una espera dolorosa y mustia; como si no fueras tu el que esperara sino alguien más perdido en la distancia del tiempo, esperando tu paso lento y cansado que se negaba a avanzar siquiera una fracción de segundo, indispuesto a tomar por sorpresa esa baba del diablo. Yacías en tu buhardilla que se caía a pedazos sobre los libros que ya no tocabas, sobre los discos empolvados que te rehusabas a escuchar, perdiéndote entre las formas del humo, borracho irremediable. El final se acercaba presuroso y te aprestabas a recibirlo con geranios, el cigarro se consumía con debilidad en el cenicero desbordado y el vaso con vino te quemaba las entrañas más que nunca. Te asomaste a la ventana y creíste verla allí tan cerca, doblando la esquina, pero estabas muy cansado para perseguirla, borracho irremediable. Una rosa es cualquier rosa. Pusiste en orden los geranios y apagaste el cigarro mientras te apurabas otro vaso de vino; esa vez lo apuraste de veras porque el final estaba cerca y te sentías muy cansado, estabas ya viejo. Te echaste en tu cama sucia y dejaste por fin de esperar. Para ella el tiempo no era tiempo, una rosa no es más que una rosa. Corrió escaleras arriba hasta tu buhardilla donde esperabas frío, inerte, viejo borracho irremediable y muerto. Te acarició la frente arrugada y las sienes pulidas por la espera. La felicidad posó sus labios en los tuyos y bebió el sabor amargo del vino que aún reposaba en ellos.

-¿Dónde estabas?- dijo, - te he estado buscando-


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