Highway Motel (incompleto)
fotografía plagiada a: INMAGINE
Salí del cuarto por otra botella de vodka. Cuando llegué a la recepción el gordo encargado se estaba follando a una de las mucamas mexicanas bajo el mostrador. La pequeña morena gemía sin muchas ganas bajo la inmensa mole de grasa que se le abalanzaba encima como un oleaje de desespero. Pensé en darme vuelta y regresar al cuarto pero el alcohol era una necesidad apremiante. Tosí tratando de llamar la atención del encargado que parecía complicarse en un orgasmo doloroso y prolongado. Qué se le ofrece, me preguntó sin dejar de darle con intensidad al asunto. Una botella de ese vodka barato que tienes allí tío, le respondí mientras trataba de descifrar de perfil el pezón oscuro y rígido de la pequeña mexicana jadeante; una lastima porque la oscuridad y la monumental talla del encargado no me permitían apreciar muy bien sus teticas puntudas. Deja los 14,50 sobre el mostrador y sírvete tío, me dijo mientras empujaba con rudeza su pinga hasta las últimas cavidades del cuerpo de la muchacha que dejó escapar un grito que se debatía entre el placer y el dolor. Saqué la botella del refrigerador y me dirigí nuevamente hacia la habitación. En la piscina paré un momento para admirar el agua verdosa y malsana y aproveché para enviarme un buen trago de vodka. En una silla al fondo yacía casi inerte la chica que ya me había encontrado en Detroit, que tenía un aire anacrónico a Janis Joplin. Arriba debía estar esperándome la tía que había recogido unos kilómetros atrás, haciendo autostop en medio de ese desierto frenético y rápido que es la autopista. Se dirigía, como era de esperarse, a ningún lado, lo que la hacía la compañera de viaje perfecta. Me dijo que estaba en la limpia, que estaba dispuesta a cambiar sexo por un poco de comida y una cama. No hice muchas preguntas pero comprendí al instante que no estaba del todo bien de la cabeza. De un momento a otro estallaba en un llanto inexplicable que la ahogaba, y al cabo de dos o tres minutos se recuperaba nuevamente. Abrí la puerta y estaba apagando una colilla en el cenicero desbordado. La pieza olía a demonio. Un olor acre de sudor se mezclaba con el humo denso que formaba una nube grisácea y espesa en la parte superior de la habitación, que el lento ventilador viejo y sucio movía pesadamente en un hipnotizante ritmo circular. Creo que el ventilador estaba haciendo corto circuito porque también olía a quemado, aunque es posible que se tratara de algún cigarrillo perdido entre las sábanas amarillentas usadas una y otra vez por la lujuria indiscriminada. Sin embargo estaba fuera de cuestión solicitar una habitación con aire acondicionado. Ella se pavoneaba por el pequeño habitáculo sin brasiere y con unos calzones rosa que ya no se sujetaban muy bien a su cadera y dejaban escapar un poco de ese vello duro y acolchado de la zona del pubis.
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