Sunday, May 06, 2007

And you can send me dead flowers every morning
Send me dead flowers by the mail
Send me dead flowers to my wedding
And I won´t forget to put roses on your grave

Jagger - Richards


La noche es un juego de absurdas e ilimitadas posibilidades, la vida es una ruleta informe en la que por lo general se pierden las apuestas. Cuando miro un espejo no veo más que un par de pupilas vacías y el tiempo pasando con su puta indiferencia, adivino siempre con un miedo que parece ajeno la pantomima que se representa a la vuelta de la esquina.

Papi, hueles rico –dice la puta-, lo que se debe probablemente a que se me acabó el desodorante hace más de una semana y desde entonces vengo usando el de mi hermana, lo que me da una especie de aura fresca a homosexual o a haber estado revolcándome con una mujer. Intuyo que seguramente su intención es llevarme a la cama y hacerse a unos pesos porque la mañana ya despunta y tal vez no ha reunido el dinero suficiente y eso que es viernes. Al ver que no le propongo nada se va de mesa en mesa revoloteando como lo que es, como una puta. Otra acalorada se acerca a la barra y me empieza a acariciar la cabeza pero tampoco le propongo nada. Ella se resigna y me hace algunas preguntas, preguntas que se harían a alguien que se sienta al lado tuyo en el asiento del bus. Se acerca una de cara bastante bonita y trasero firme y le alcanza un billete al encargado de la barra. Cuando estira el brazo e inclina su cuerpo hacia delante para entregar el dinero aprovecho para besarle el cuello que huele a perfume barato y sudor. Me lanza una mirada de desprecio y menea la cabeza con desaprobación y por un instante me arremete el remordimiento como una mano que me aprieta la garganta. Me siento muy borracho y decido sacar a bailar a la morena de pelo rizado que conversa con otras al final de la barra. Suena un vallenato y la piso dos o tres veces a lo largo de la canción. No pierdo el paso porque nunca tuve la oportunidad de cogerlo. Ella me quita lo que resta del cigarrillo de la boca y se aleja entre el humo meneando el culo de lado a lado como una avispa. Vuelvo a la barra donde Moebius ya ha pedido dos cervezas y espera distraído. Del baño vuelve el vagales frenético como un caballo desbocado y apretando traseros a manos llenas como un pulpo, multiplicándose, indiferente. Observamos un rato el lugar y tratamos de escoger algo que valga la pena. Un par de ladronzuelos rapaces se pasean de lado a lado prestando atención a ver si pueden birlarle la billetera a algún borracho; de vez en cuando se acercan a conversar con alguna mujer pero todas los rechazan con desdén. Sin embargo, los dejan hacer siempre y cuando no alteren la clientela. Suena una sirena y acto seguido fluye sin control por los altavoces un house estridente que me hiere la cabeza como si me clavaran alfileres en las sienes. Todas las miradas convergen en una mesa donde una tía que no alcanzo a ver muy bien debido a la distancia se quita el top mientras baila sobre un gordo que sostiene un vaso de ron aguado. En una especie de transe me acomete súbitamente una náusea y caigo en la cuenta de que no es un muy buen lugar para estar, mucho menos en ese estado. Siento una pesadez y esa extraña sensación de presión en la parte posterior de los globos oculares que me advierte que debo tener los ojos inyectados de sangre. El techo se cierne oscuro y mohoso y madera podrida a punto de quebrarse sobre mi cabeza y el ambiente del lugar se me antoja excesivamente hostil. Entro en un delirio moderado y siento que cualquiera de los presentes aguarda para meterme una puñalada, cuando menos a propinarme una paliza. Propongo que nos larguemos pero Moebius está decidido a ver por lo menos un streaptease. La cabeza me da vueltas y fijo la mirada en la mesa tratando de recuperar un poco el equilibrio, pero es inútil. Enciendo otro cigarrillo y siento unas intensas ganas de vomitar. Cierro los ojos y espero lo peor pero la explosión no llega. Me encamino al baño para ver si echándome una meada logro algo de sosiego. Camino con cuidado de no tropezar con nadie. En el baño tengo que hacer fila frente al orinal que expele un fuerte olor a amoniaco. Me echo una meada larga y sin afán. Dejo que las gotas finales caigan solas, por efecto de la gravedad, mojándome un poco el pantalón y los zapatos; los que hacen fila piensan que tal vez me esté masturbando. Cuando salgo del baño Moebius y el vagales me esperan a la puerta, junto a ellos hay una chica de unos 19 años, bastante bonita. Nos encaminamos a un lugar oscuro en la parte de atrás donde la chica va a bailar para nosotros, por veinte mil pesos, según me entera Moebius con un gesto de la mano. Realmente debía ser lo mejor del lugar, no estaba nada mal. Parecía la chica linda del salón de clases a la que nunca fuiste capaz de hablarle y a la que siempre soñaste con hacerle un hijo, o cuando menos intentarlo. Nuevamente suena la sirena y el mismo house que debe ser la tonada con la que todas las golfas del lugar practican su baile erótico estalla en los altavoces. Esta vez es por nosotros. Ella se despoja con rapidez de la parte superior de su vestuario brillante y se mueve un poco sobre el vagales que está sentado en un sofá a mi derecha empezando a calentar el asunto. Luego se dirige a mí con paso seguro. La espero con una sonrisa estúpida que me ocupa la mitad de la cara. Cuando se me echa encima le acaricio los senos con suavidad. Tiene unos hermosos senos coronados por un discreto pezón color rosa que se endurece cuando lo prenso entre mis dedos índice y anular. Persisto con mi risa estúpida y ella me pregunta dulcemente al oído qué es lo qué tiene tanta gracia, qué si no le gusto o qué es lo que me pasa. Le contesto que no es nada, lo que pasa es que estoy trabado. Me pregunta que si tengo perico. Le digo que no, que estoy trabado, no embalado, que si quiere hierba con mucho gusto. Ella responde que no, que eso le da sueño y ahora tiene que trabajar. Enternecido la beso en los labios sin dejar de acariciarle los senos. Ella se retira un poco sorprendida pero se acerca de nuevo y me planta un beso largo y húmedo que se siente como una disculpa. Tres canciones después el baile termina y siento el bulto pesado y duro en mis pantalones. Tener sexo con ella cuesta cuarenta mil pesos que no tengo y que no me interesa quedar debiendo. El vagales decide aprovechar la oportunidad y se la lleva a los cuartos laterales del local. Me quedo con Moebius sin hablar y un grupo de prostitutas se sienta con nosotros lo que me da por un momento la efímera sensación de ser Hug Heffner; salvo que no estoy en una mansión sino en un antro y no estoy rodeado de modelos rubicundas y hermosas sino de prostitutas feas, sudadas y con ese olor característico del amor frío, rápido y mal hecho. Varias veces le propongo a Moebius que nos larguemos del lugar y dejemos que el vagales se las arregle como pueda; sin embargo el se mantiene firme en su consigna de esperar. Después de cuarenta minutos que parecieron dos vidas la vi sentada nuevamente en la barra, con ese brillo reluciente que ilumina a las mujeres lindas cuando se las comen. Me acerqué con la cautela que puede llegar a tener un borracho, y bajándome ya de todas las trabas posibles la besé en señal de despedida. Ella recibió el beso tranquila como si intuyera muy adentro las señales de la resignación. Afuera el sol ya empezaba a calentar las afueras de la ciudad y en la calle pude respirar por fin la certeza triste que es propia de los encuentros imposibles.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home