Sunday, May 13, 2007

paraíso 0.




No quiero describir tu cara, comprendo que es inútil y prefiero guardarla solo para mí, guardarla en mi memoria hasta que ella la pierda o tu propia imagen decida perderse como la brisa en una tarde calurosa. Mis rasgos reflejan el color plomizo oscuro que se adquiere cuando habitas en un país que vive de rodillas, sin esperanzas y con la felicidad estúpida de la complacencia y la costumbre horrible a la miseria. Donde quiera que mire hay un peón devanándose los sesos y la carne y la vida en un trabajo miserable que odia y que no se atreve a dejar por cobardía. Un par de panes en la mesa parecen ser la consigna actual para fomentar la esclavitud. Bendito el vago que deambula con su pestilencia indiferente aplastando contra el mundo su culo mugriento y su desprendimiento absoluto y envidiable. La ciudad es un agujero feo y caliente lleno de gente frenética e intolerante. Esto de bonito no tiene sino el apodo y para comprobar que es cierto no hay sino que echar una mirada, bastan una mirada o dos para el desencanto absoluto. La calle es una arena hostil plagada de muchachitos descerebrados que se despedazan a golpes y cuchilladas; una pasarela informe donde pululan princesas gordas y sudadas que tienen tan desgastado su ego que ya expele un rancio olor a mierda fresca. Acá nada funciona bien, acá nadie piensa bien, acá no se hace nada bien. La desproporción parece no acabar; un pajizo se masturba felizmente en las palmas en medio de un espectáculo mediocre de cuenteros y una niña de trece años está pidiendo información en profamilia porque se la vienen follando desde hace más de medio año. Yo camino agotado y me niego a describir tu cara, siento un dolor malsano e inexplicable en las pelotas y hace tanto calor que el culo me suda a mares. Cada paso es retenido por una masa pegajosa y pestilente en medio de las piernas. En las tardes llueve a cantaros y el calor se duplica, la gente corre despavorida como si se tratara de lluvia ácida, como si un gran pene les estuviera escupiendo semen desde el cielo en señal de burla. Hace unas cuantas noches el suelo se sacudió en forma, elevé una plegaria para que la tierra se abriera y tragara de una vez por todas esta ciudad maldita que no le sirve a nadie y no sirve para nada. Aquí, en este valle, antes existió una meseta en la que había una ciudad despreciable de cuyo nombre no quiero acordarme, dirán las maestras en alguna clase coyuntural, porque ni para historia alcanza esta mierda. Hay ciudades que son turísticas, otras culturales, otras industriales. Acá se quiere ser y hacer tantas cosas e imitar tantas otras que se termina por ser un pueblo ridículo y sin identidad. Estamos orgullosos de tener un periodicucho líder en ventas en el oriente colombiano que es regentado por una familia como los Santos, pero proporcionada a nuestro mediocre nivel local. Terminamos por adoptar como música autóctona ese sonsonete costeño que es propio del litoral pacífico, acabamos con los teatros y los museos, nos sacamos los mocos y los pegamos en las mesas de los restaurantes. El calor hace a la gente más estúpida y la única salida sensata es permanecer borracho. Lo que llaman centrales de inteligencia son lugares a los que la fuerza pública acude a apreciar el único cerebro que tienen y que exhiben como si se tratara de una reliquia de tiempos ancestrales. Con sus trajes pulcros de verde oliva se sacan los piojos, se rascan la caspa, y le soban las tetas a las putas en las plazas de mercado. No hay salvación. Esta gente es tan incompetente como echarse babas para prevenir la pecueca. En la calle te requisan, te vapulean, te interrogan, te manosean como si fueras el líder declarado de una organización terrorista; para luego dejarte libre después de que te han birlado el paquete de cigarrillos. Estos sujetos se ven a montón cuando no los necesitas absolutamente para nada; por el contrario, cuando estás en una situación cogido por las bolas, de ellos no queda ni el recuerdo. Nada importa. La gente va a misa, trabaja, mata, caga y se masturba. Donde quiera que vayas te están llenando la cabeza de mierda y patrañas. Nadie se inmuta, nadie descansa, a nadie le importa. Se mueven de un lado a otro como hormigas, sufren de amebas, fuman, aparentan disparates en su afán por sentirse más que el prójimo, comen gelatina y cabro, se emborrachan y vomitan. No quiero describir tu cara, no quiero que se mezcle con este prosaísmo mundano, no quiero vivir contigo acá, vamos adentro, como autistas. Esto no es ningún paraíso.

Saturday, May 12, 2007


Es una misteriosa sensación, cada momento de espera tiene el sabor del tiempo perdido. Se desliza suavemente en el aire, y apenas si sientes como si un demonio te acariciara con descuido con sus garras afiladas de olvido. Se escapa, indiferente, y solo te deja ese vacío inútil que tratas de llenar con el absurdo de lo que quizá pudo haber sido. Las cosas son como son, una rosa es una rosa y es todas las rosas, y eso es todo. No es tu destino cuestionar el tiempo aunque tu naturaleza frágil no soporte su sacudida inapelable, buscando respuestas escondidas cuando la respuesta es única y la tienes ante tus ojos; el mundo es ese y nada más. Abrazas tu existencia y es un suspiro efímero que se disuelve en el aire sin despedidas ni señales; eres el pasajero solitario y triste de esa ruta perdida. El camino es largo y en el horizonte no se advierte más que una bruma densa y gris. Atraviesas el túnel inacabable, oscuro y mohoso y la locura que a veces se sienta a tu lado te toma de la mano para darte fuerzas. Sabes lo que has venido buscando desde siempre, hasta el cansancio; en algún amanecer ya olvidado el viento frío y húmedo te lo susurró al oído y te reveló el secreto que aún así resultó incomprensible. Cuando por fin la tuviste frente a ti no supiste qué hacer porque de tanto recrear ese momento en tu mente fue enredándose hasta el infinito y cuando por fin sucedió era la cosa más simple y te pareció muy poco, demasiado evidente, demasiado sincero para que la aceptaras como era: simple y fácil. Una rosa es solo una rosa, un trago es igual a cualquier otro trago. Ella no estaba allí para esperarte mucho tiempo, era tu oportunidad. El sol se esconde siempre y eso es algo que jamás podrás cambiar; ella se perdió a la vuelta de cualquier esquina dejando su aroma fresco de remordimiento, y tus dedos de abandono ya ni sus pliegues podían rozar; su ausencia se caía de tus manos como si se tratara de un puñado de arena terco y evasivo. Al comienzo corriste a buscarla con ese desenfreno con el que se trata de recuperar lo ya perdido; después ya te cansaste porque una calle era igual que cualquier otra, y en ningún laberinto advertías su presencia. Una rosa es una rosa. Entre el humo creíste verla un par de veces, en tu buhardilla de borracho irremediable sentiste en sueños que llamaba a tu ventana. Pero ya era tarde, de la ventana abierta no venía otra cosa que el rumor pálido y rítmico del mundo y del humo disipado no quedaba más que una mentira dolorosa flotando en el aire como una bailarina que se desvanece sin aplausos atrás del escenario. Pero seguías esperando, en cada página creías adivinar una pista pero no era así, una rosa es una rosa. Envejeciste, aunque nunca fuiste realmente joven. La lluvia llegaba sin falta en mayo y el cielo melancólico se vestía de gris para alegrar a las flores. Sentías cómo todo se iba apagando adentro advirtiéndote que ese río terrible te había pasado por encima y para ti no había nada más, porque así como una rosa es una rosa, las noches no son más que noches y seguirán pasando con su caminar furtivo hasta el final de los tiempos. En mayo llovía, sí, y tu la imaginabas corriendo libre por la calle mojada y límpida, saltando de charco en charco como si el terreno intermedio estuviera hecho de un tejido aborrecible de pecados olvidados, dejados sin remordimiento en el tiempo de las esquinas y las adivinanzas en las paredes de ladrillo. Tú ya no esperabas porque sabías que jamás volvería, conocías el significado de la angustia y de la ausencia verdadera; sin embargo esa certeza triste era a la larga una espera dolorosa y mustia; como si no fueras tu el que esperara sino alguien más perdido en la distancia del tiempo, esperando tu paso lento y cansado que se negaba a avanzar siquiera una fracción de segundo, indispuesto a tomar por sorpresa esa baba del diablo. Yacías en tu buhardilla que se caía a pedazos sobre los libros que ya no tocabas, sobre los discos empolvados que te rehusabas a escuchar, perdiéndote entre las formas del humo, borracho irremediable. El final se acercaba presuroso y te aprestabas a recibirlo con geranios, el cigarro se consumía con debilidad en el cenicero desbordado y el vaso con vino te quemaba las entrañas más que nunca. Te asomaste a la ventana y creíste verla allí tan cerca, doblando la esquina, pero estabas muy cansado para perseguirla, borracho irremediable. Una rosa es cualquier rosa. Pusiste en orden los geranios y apagaste el cigarro mientras te apurabas otro vaso de vino; esa vez lo apuraste de veras porque el final estaba cerca y te sentías muy cansado, estabas ya viejo. Te echaste en tu cama sucia y dejaste por fin de esperar. Para ella el tiempo no era tiempo, una rosa no es más que una rosa. Corrió escaleras arriba hasta tu buhardilla donde esperabas frío, inerte, viejo borracho irremediable y muerto. Te acarició la frente arrugada y las sienes pulidas por la espera. La felicidad posó sus labios en los tuyos y bebió el sabor amargo del vino que aún reposaba en ellos.

-¿Dónde estabas?- dijo, - te he estado buscando-


Sunday, May 06, 2007

And you can send me dead flowers every morning
Send me dead flowers by the mail
Send me dead flowers to my wedding
And I won´t forget to put roses on your grave

Jagger - Richards


La noche es un juego de absurdas e ilimitadas posibilidades, la vida es una ruleta informe en la que por lo general se pierden las apuestas. Cuando miro un espejo no veo más que un par de pupilas vacías y el tiempo pasando con su puta indiferencia, adivino siempre con un miedo que parece ajeno la pantomima que se representa a la vuelta de la esquina.

Papi, hueles rico –dice la puta-, lo que se debe probablemente a que se me acabó el desodorante hace más de una semana y desde entonces vengo usando el de mi hermana, lo que me da una especie de aura fresca a homosexual o a haber estado revolcándome con una mujer. Intuyo que seguramente su intención es llevarme a la cama y hacerse a unos pesos porque la mañana ya despunta y tal vez no ha reunido el dinero suficiente y eso que es viernes. Al ver que no le propongo nada se va de mesa en mesa revoloteando como lo que es, como una puta. Otra acalorada se acerca a la barra y me empieza a acariciar la cabeza pero tampoco le propongo nada. Ella se resigna y me hace algunas preguntas, preguntas que se harían a alguien que se sienta al lado tuyo en el asiento del bus. Se acerca una de cara bastante bonita y trasero firme y le alcanza un billete al encargado de la barra. Cuando estira el brazo e inclina su cuerpo hacia delante para entregar el dinero aprovecho para besarle el cuello que huele a perfume barato y sudor. Me lanza una mirada de desprecio y menea la cabeza con desaprobación y por un instante me arremete el remordimiento como una mano que me aprieta la garganta. Me siento muy borracho y decido sacar a bailar a la morena de pelo rizado que conversa con otras al final de la barra. Suena un vallenato y la piso dos o tres veces a lo largo de la canción. No pierdo el paso porque nunca tuve la oportunidad de cogerlo. Ella me quita lo que resta del cigarrillo de la boca y se aleja entre el humo meneando el culo de lado a lado como una avispa. Vuelvo a la barra donde Moebius ya ha pedido dos cervezas y espera distraído. Del baño vuelve el vagales frenético como un caballo desbocado y apretando traseros a manos llenas como un pulpo, multiplicándose, indiferente. Observamos un rato el lugar y tratamos de escoger algo que valga la pena. Un par de ladronzuelos rapaces se pasean de lado a lado prestando atención a ver si pueden birlarle la billetera a algún borracho; de vez en cuando se acercan a conversar con alguna mujer pero todas los rechazan con desdén. Sin embargo, los dejan hacer siempre y cuando no alteren la clientela. Suena una sirena y acto seguido fluye sin control por los altavoces un house estridente que me hiere la cabeza como si me clavaran alfileres en las sienes. Todas las miradas convergen en una mesa donde una tía que no alcanzo a ver muy bien debido a la distancia se quita el top mientras baila sobre un gordo que sostiene un vaso de ron aguado. En una especie de transe me acomete súbitamente una náusea y caigo en la cuenta de que no es un muy buen lugar para estar, mucho menos en ese estado. Siento una pesadez y esa extraña sensación de presión en la parte posterior de los globos oculares que me advierte que debo tener los ojos inyectados de sangre. El techo se cierne oscuro y mohoso y madera podrida a punto de quebrarse sobre mi cabeza y el ambiente del lugar se me antoja excesivamente hostil. Entro en un delirio moderado y siento que cualquiera de los presentes aguarda para meterme una puñalada, cuando menos a propinarme una paliza. Propongo que nos larguemos pero Moebius está decidido a ver por lo menos un streaptease. La cabeza me da vueltas y fijo la mirada en la mesa tratando de recuperar un poco el equilibrio, pero es inútil. Enciendo otro cigarrillo y siento unas intensas ganas de vomitar. Cierro los ojos y espero lo peor pero la explosión no llega. Me encamino al baño para ver si echándome una meada logro algo de sosiego. Camino con cuidado de no tropezar con nadie. En el baño tengo que hacer fila frente al orinal que expele un fuerte olor a amoniaco. Me echo una meada larga y sin afán. Dejo que las gotas finales caigan solas, por efecto de la gravedad, mojándome un poco el pantalón y los zapatos; los que hacen fila piensan que tal vez me esté masturbando. Cuando salgo del baño Moebius y el vagales me esperan a la puerta, junto a ellos hay una chica de unos 19 años, bastante bonita. Nos encaminamos a un lugar oscuro en la parte de atrás donde la chica va a bailar para nosotros, por veinte mil pesos, según me entera Moebius con un gesto de la mano. Realmente debía ser lo mejor del lugar, no estaba nada mal. Parecía la chica linda del salón de clases a la que nunca fuiste capaz de hablarle y a la que siempre soñaste con hacerle un hijo, o cuando menos intentarlo. Nuevamente suena la sirena y el mismo house que debe ser la tonada con la que todas las golfas del lugar practican su baile erótico estalla en los altavoces. Esta vez es por nosotros. Ella se despoja con rapidez de la parte superior de su vestuario brillante y se mueve un poco sobre el vagales que está sentado en un sofá a mi derecha empezando a calentar el asunto. Luego se dirige a mí con paso seguro. La espero con una sonrisa estúpida que me ocupa la mitad de la cara. Cuando se me echa encima le acaricio los senos con suavidad. Tiene unos hermosos senos coronados por un discreto pezón color rosa que se endurece cuando lo prenso entre mis dedos índice y anular. Persisto con mi risa estúpida y ella me pregunta dulcemente al oído qué es lo qué tiene tanta gracia, qué si no le gusto o qué es lo que me pasa. Le contesto que no es nada, lo que pasa es que estoy trabado. Me pregunta que si tengo perico. Le digo que no, que estoy trabado, no embalado, que si quiere hierba con mucho gusto. Ella responde que no, que eso le da sueño y ahora tiene que trabajar. Enternecido la beso en los labios sin dejar de acariciarle los senos. Ella se retira un poco sorprendida pero se acerca de nuevo y me planta un beso largo y húmedo que se siente como una disculpa. Tres canciones después el baile termina y siento el bulto pesado y duro en mis pantalones. Tener sexo con ella cuesta cuarenta mil pesos que no tengo y que no me interesa quedar debiendo. El vagales decide aprovechar la oportunidad y se la lleva a los cuartos laterales del local. Me quedo con Moebius sin hablar y un grupo de prostitutas se sienta con nosotros lo que me da por un momento la efímera sensación de ser Hug Heffner; salvo que no estoy en una mansión sino en un antro y no estoy rodeado de modelos rubicundas y hermosas sino de prostitutas feas, sudadas y con ese olor característico del amor frío, rápido y mal hecho. Varias veces le propongo a Moebius que nos larguemos del lugar y dejemos que el vagales se las arregle como pueda; sin embargo el se mantiene firme en su consigna de esperar. Después de cuarenta minutos que parecieron dos vidas la vi sentada nuevamente en la barra, con ese brillo reluciente que ilumina a las mujeres lindas cuando se las comen. Me acerqué con la cautela que puede llegar a tener un borracho, y bajándome ya de todas las trabas posibles la besé en señal de despedida. Ella recibió el beso tranquila como si intuyera muy adentro las señales de la resignación. Afuera el sol ya empezaba a calentar las afueras de la ciudad y en la calle pude respirar por fin la certeza triste que es propia de los encuentros imposibles.

Friday, May 04, 2007

Highway Motel (incompleto)

fotografía plagiada a: INMAGINE



Salí del cuarto por otra botella de vodka. Cuando llegué a la recepción el gordo encargado se estaba follando a una de las mucamas mexicanas bajo el mostrador. La pequeña morena gemía sin muchas ganas bajo la inmensa mole de grasa que se le abalanzaba encima como un oleaje de desespero. Pensé en darme vuelta y regresar al cuarto pero el alcohol era una necesidad apremiante. Tosí tratando de llamar la atención del encargado que parecía complicarse en un orgasmo doloroso y prolongado. Qué se le ofrece, me preguntó sin dejar de darle con intensidad al asunto. Una botella de ese vodka barato que tienes allí tío, le respondí mientras trataba de descifrar de perfil el pezón oscuro y rígido de la pequeña mexicana jadeante; una lastima porque la oscuridad y la monumental talla del encargado no me permitían apreciar muy bien sus teticas puntudas. Deja los 14,50 sobre el mostrador y sírvete tío, me dijo mientras empujaba con rudeza su pinga hasta las últimas cavidades del cuerpo de la muchacha que dejó escapar un grito que se debatía entre el placer y el dolor. Saqué la botella del refrigerador y me dirigí nuevamente hacia la habitación. En la piscina paré un momento para admirar el agua verdosa y malsana y aproveché para enviarme un buen trago de vodka. En una silla al fondo yacía casi inerte la chica que ya me había encontrado en Detroit, que tenía un aire anacrónico a Janis Joplin. Arriba debía estar esperándome la tía que había recogido unos kilómetros atrás, haciendo autostop en medio de ese desierto frenético y rápido que es la autopista. Se dirigía, como era de esperarse, a ningún lado, lo que la hacía la compañera de viaje perfecta. Me dijo que estaba en la limpia, que estaba dispuesta a cambiar sexo por un poco de comida y una cama. No hice muchas preguntas pero comprendí al instante que no estaba del todo bien de la cabeza. De un momento a otro estallaba en un llanto inexplicable que la ahogaba, y al cabo de dos o tres minutos se recuperaba nuevamente. Abrí la puerta y estaba apagando una colilla en el cenicero desbordado. La pieza olía a demonio. Un olor acre de sudor se mezclaba con el humo denso que formaba una nube grisácea y espesa en la parte superior de la habitación, que el lento ventilador viejo y sucio movía pesadamente en un hipnotizante ritmo circular. Creo que el ventilador estaba haciendo corto circuito porque también olía a quemado, aunque es posible que se tratara de algún cigarrillo perdido entre las sábanas amarillentas usadas una y otra vez por la lujuria indiscriminada. Sin embargo estaba fuera de cuestión solicitar una habitación con aire acondicionado. Ella se pavoneaba por el pequeño habitáculo sin brasiere y con unos calzones rosa que ya no se sujetaban muy bien a su cadera y dejaban escapar un poco de ese vello duro y acolchado de la zona del pubis.