Friday, April 27, 2007

good times, bad times

Miro distraído hacia el cielorraso sucio de la habitación y dejo caer al piso el despreciable libro que me explica que el sistema aéreo de transporte a territorio nacional –SATENA- es algo así como una especie de mierda adscrita a otra mierda superior, centralizada, poderosa, el gobierno si no estoy mal. La gripa me trae hecho una bola de mocos insoportable, siento que mi nariz presenta sus mocos danzantes como bailarinas traslúcidas a la suciedad del aire enrarecido de polución y tantas otras mierdas. Me limpio con la cobija encartonada, dura de tanta secreción que ha recibido en los últimos días. El pecho me silba como una hijo de puta locomotora descontrolada y presiento el advenimiento atroz de un ahogamiento por asma. Lo mejor por el momento sería una bronquitis. Si sigues jodiendo tanto no se te va a pasar esa mierda, me dicen. Arcángela me dice con desdén que debería dejar de fumar mientras saca un lucky strike de su bolso y lo enciende sin prisa. Pienso en armar un porro de dimensiones descomunales y fumármelo libremente pero sé que la tos no ve va a dejar darle más de tres pitadas. Estar enfermo se me hace una mierda, necesario y condición adversa de una misma vaina y todo lo que se quiera pero total una mierda. Estornudo y un proyectil liviano y verde va a posarse en el antebrazo de Arcángela que no se da cuenta de la mácula que acabo de hacer sobre su humanidad. Por pena no digo nada. Siento que sudo más de lo normal, probablemente sea la fiebre, y la ciudad se me hace terriblemente insoportable. Pero me pierdo de ocasión, no estoy con Arcángela sino hibernando mugrosamente en mi habitación tratando de hincarle el diente al pútrido libro de la estructura del estado. Me imagino que huelo terrible pero mi nariz está tan jodida que no puedo saberlo a ciencia cierta. Siento un nudo ciego entre las cejas y los ojos me lloran descontroladamente. Pienso en masturbarme, lo que puede ser una buena terapia alternativa para otros males como el guayabo, pues hace que se te desinflamen las venas de la sien y se conduzca toda la sangre hacia el miembro. Pero con esta gripa endemoniada no, mi pene no responde, se refugia en los más profundo del prepucio como una tortuga asustada. Trato de revisar el correo pero no es más que una barahunda de invitaciones a un sinnúmero de comunidades simplonas. Desisto. Pienso en la gorda que besé en la fiesta reggae de hace dos sábados. No logro recordar su rostro, estaba muy oscuro. Recuerdo que estaba muy sudada, yo también lo estaba. Así es casi todo en esta puta vida, una enfermedad, una borrachera, un porro. Una gorda sudada en un sitio caluroso en medio de una fiesta dudosa. Hay que cambiar -me digo-, definitivamente hay que hacer algo. Los organismos adscritos gozan de menos autonomía administrativa que aquellos que son vinculados; en aquellos el control y vigilancia del estado, el control de tutela, es superior porque. Oh no, mierda de vida.

Friday, April 13, 2007

Llegó por fin la tarde fría en que encontró una historia perdida y borrada ya de los anaqueles del tiempo. Desempolvó un poco los recovecos más sucios de su espíritu abúlico y retiró con desdén las gruesas telarañas que se habían asentado comodamente en su memoria traicionera. En el fondo del celuloide roto se adivinaban algunas imágenes que se seguían en una secuencia de algún modo inexplicable, en el alma ellas persistían en repetir la falacia cíclica que la razón olvidada se empeñaba en rechazar, en un artificio tan grande como la persistencia de un cuadro de fotografía en la retina. En la parte más oscura de ese abismo de lucidez que se cernía sobre sus hombros le fue dado entrever el secreto que él mismo callaba, descifrar la historia que la cadena de eslabones rotos sugería. La historia sin importancia de un hombre cuya vida era una miseria, y que intentó varias veces aligerarse buscando el sosiego inalcanzable.

Thursday, April 05, 2007

ANGUSTIA (fragmentada)

El mundo era un lugar violento, era difícil sobrevivir en él; porque la gente ya no vivía, sobrevivía a las horas inacabables y a las circunstancias por lo general adversas. La intolerancia se sentía como un animal que acecha en la selva, callado pero siempre presto al ataque. La gente, que siempre había permanecido en un estado de demencia moderada, parecía regodearse ahora recreando episodios sangrientos y anacrónicos de las luchas medievales más sórdidas. Civilización, no existe tal cosa. Las religiones no se daban tregua y los fieles se mataban unos a otros como hermanos; empeñándose todos inútilmente y con un esfuerzo que causaba risa en que el mundo entero reconociera el nombre de su dios como único, supremo, omnisciente y todopoderoso. Los católicos eran gente realmente peligrosa. Predicaban a manos llenas su doble moral según la cual puedes hacer lo que se te antoje siempre y cuando los demás no se den cuenta de ello. Hombres ilustres merecían el respeto de todos por su conducta intachable, su ética incorruptible y su vasto catálogo de valores; eran verdaderos ejemplos a seguir. Era tanta su responsabilidad que cuando llegaban a casa estaba bien que golpearan a sus esposas alcohólicas y con trastornos alimenticios; y tuvieran sexo con sus hijas de 8 y 12 años, mientras el varoncito de la casa ignoraba todo lo que sucedía gracias a la fabulosa técnica de oler diluyente de pintura con una regularidad más bien nociva para la salud de su cerebro.
Unos señores de barbas muy largas y pieles cuarteadas por el sol del desierto profesaban desde cuevas perdidas y envueltos en sabanas que les cubrían todo el cuerpo hasta la cabeza amenazas funestas en lenguas olvidadas. Los aviones se estrellaban contra los edificios con lujo de fuego y sangre en escenas dignas de una producción multimillonaria de Holliwood. Nacían bebes como si se tratara de una fábrica de producción en línea, fruto de la inconciencia y el espíritu de lujuria que la violencia despertaba en la gente, que se revolcaba libidinosamente como adictos padeciendo el síndrome de abstinencia. Para equilibrar la balanza, nos matábamos unos a otros con inusitada frecuencia y sin consideración. Además, teníamos unas buenas enfermedades jugando de nuestro bando. El cáncer era un gran aliado, día tras día cobraba cientos de víctimas, era una excelente arma de destrucción masiva. A nosotros todo aquello nos importaba muy poco y cada noticia macabra era una rutina igual que comer y cagar. Mientras unas pipetas de gas rompían contra una iglesia chocoana llena de negritos famélicos y priapistas que vivían del hambre y el olvido, escuchábamos sin atención a la vez que nos emborrachábamos sin remedio y caíamos en el saludable y autosuficiente vicio de la masturbación compulsiva. Nuestra generación, si es que tal nombre le merece a un montón de gente abúlica y viciosa, ya no se dejaba engañar con la absurda promesa del futuro. Por el contrario, colaboraba con fervor en la carrera autodestructiva que había emprendido la humanidad desde el principio mismo de los tiempos. El aprecio por ese orden caótico era propio de una sociedad egoísta y pseudo-autista que desconocía desde hacía tiempo el significado de palabras como “dolor”, “piedad” y compasión”. Todos eran borrachos y una buena cantidad consumía toda clase de drogas; algunos se aferraban a paliativos tipo placebo de la conciencia y el alma como el vegetarianismo y el ambientalismo; otros comíamos de todo y a toda hora y nos regodeábamos ante un buen plato de frijoles con garra. La gente vivía bajo el estímulo único de que la muerte fiel y justiciera habría de llegar para todos tarde o temprano. Las calles parecían hormigueros donde el frenetismo y la euforia electrizaban el aire y te ponían los pelos de punta. El homicidio, como decía W. S. Burroughs era una moda no sólo nacional, era una encomiable tendencia mundial fundada en la certeza de la necesidad de un final brusco y definitivo a la brutalidad del género humano; era el único acto verdaderamente racional del único ser del planeta dotado de “razón”.