Sunday, October 22, 2006

CULTO Y CENIZA

El reverendo, con los ojos enrojecidos, se acercó a la despensa y se sirvió otro vaso de whiski.

Bebió lentamente y regresó al estudio donde se encontraban las cuatro mujeres sentadas. –Tal vez ustedes tengan la razón- dijo mientras se arrellanaba en su sillón favorito.

Se quedó pensativo en el estudio frío y solitario, del fuego de la chimenea solo quedaban brasas extintas y un humo que se levantaba pesadamente de las cenizas. El reverendo, quien había estado enceguecido durante muchos años con las doctrinas seculares de la iglesia, y con una pasión casi frenética de persecución de herejías, finalmente abría los ojos a la verdad.

La más joven de las mujeres le señalaba largamente apuntándole al rostro con su índice, y en ese hecho tan simple, tan inane, en ese movimiento tan fácil, el reverendo sintió que su alma estaba siendo desnudada y que los pilares de los que estaba armada su fe eran derrumbados como si se tratara de una muralla de arena.

Después de un silencio largo y profundo, la mujer más vieja, de nariz larga y abultada habló: –Pobre hombre, te compadezco. Creías que tenías el poder en tus manos, tan sencillo como culminar todo tan inútil y estúpidamente en una hoguera o con los pies colgando de cualquier árbol. No sabías que lo que llamas fe es un espejo roto, un instrumento vil que utilizas contra otros para ocultar las sombras de tu espíritu, en serio te compadezco-

El reverendo encendió un cigarro y expulso el humo con recelo. La anciana tenía la razón, todos los argumentos que había esgrimido por años ahora eran como una hoja en blanco, era como tratar de explicar algo que no tenía explicación, algo que nunca había existido pero que él, en su ceguera secular empezaba a comprender hasta ahora, en ese momento sin pasado ni futuro que se convertía en una sola imagen estática, en un retrato donde los colores se difuminaban hasta perder los contornos.

-Ahora comprendo- dijo el reverendo. –Nos hemos desviado de lo que realmente es el propósito de nuestra institución. Hemos, y yo personalmente más que nadie, pisoteado los principios del cristianismo en un afán injustificado de vanaglorias personales.-

Lentamente el reverendo iba hallándole claridad al oscuro camino por el que solía transitar, aunque no dejaba de pensar en que finalmente todo esto serviría de nada: la muerte de esas mujeres, la suya propia cuando llegara la hora, los arrepentimientos, eran solo mascaras para cubrir eso que seguía ahí en el fondo, escondido como un animal agazapado que espera el momento preciso para atacar con garras afiladas, esa mal llamada iglesia que iba a venir con otros reverendos, negros de vestido y de alma carcomida, en su perpetua persecución, en su lucha incesante para saciar su hambre, su sed de sangre; persiguiendo otros aquelarres y exorcizando nuevos demonios tan solo para preservar los que ella misma posee y que es incapaz de desaparecer.

El reverendo acercó la mano a la chimenea y tomó una brasa. Sintió un corrientazo de dolor ardiente y lo soltó. –No veo como una muerte fuliginosa puede llegar a purificar el alma, es tan estúpido, cómo nunca lo vi. El fuego consume la carne y el resto se escapa. Y además con qué derecho…-

-Ahora ves- dijo la anciana mientras la más joven seguía apuntando su dedo a la cara del reverendo. Las otras dos parecían ausentes, observaban pacientemente y con atención la aletargada escena que se desenvolvía como un choque de trenes en cámara lenta. El reverendo se incorporó difícilmente por la borrachera. Se paro junto a la ventana desde donde divisaba el ala posterior donde quedaba la capilla. –No queda más que decir, y por lo demás, para mí, como para ustedes, no hay otra salida-

Al pronunciar estas palabras las dos mujeres silenciosas se desintegraron en un instante y el diván donde estaban sentadas quedo cubierto por una espesa capa de ceniza. La mujer joven dejo de apuntar al reverendo y se rasco el cuello justo en las llagas que le había dejado la cuerda con que la habían ahorcado hacía dos días. La anciana abrazó al reverendo y salió caminando por la puerta, tal vez había allí una escoba de paja pero el reverendo no lo había notado.

Cuando los aldeanos llegaron bastante entrada la noche formando una turba enardecida, con palos y antorchas y tridentes, encontraron al reverendo que se mecía como un péndulo en la viga principal de la capilla. Fue previsible el horror y la incertidumbre que se apoderó de aquella gente, que no sobra decir, era extremadamente supersticiosa.

Los aldeanos no supieron qué hacer, los más venerables ancianos no supieron arreglar la situación. Los ánimos se fueron calmando y la gente regresó lentamente a sus hogares sumida en un sopor estúpido. Finalmente, las mujeres que traían amarradas como bueyes respiraron aliviadas.

Thursday, October 19, 2006

La vida es tan simple y tristemente vil que por lo general se restringe a eso, un vacío insondable que llenas inútilmente con lo primero que se te ocurra, que te de una, cuando menos ligera y efímera, sensación de libertad.
Las últimas noches azotado por el insomnio me han vuelto más intolerable de lo normal, un malparido francamente intolerable, patéticamente predecible; enfrentando ese vago y a veces ajeno sentimiento de odio que los demás me engendran con un yo poco lúcido y para efectos prácticos nefastamente inexistente. Me asaltan miedos infundados y ridículos que me hacen sospechar una locura invisible aunque tangible, me descubro preguntándome si la señora del aseo se sienta a escuchar mis pedos cuando entro al baño. Las pequeñeces se revisten de una magnitud impensable y abrumadora, mientras que las cosas que de verdad importan sólo me inspiran una meada, un irrefrenable deseo de enviarlas con un escupitajo franco para la mierda misma.
El lunes despierto aterrado pensando lo lejana que está aún la borrachera del viernes; el estómago lo siento como una guerra intransigente en el Líbano, con fundamentalistas suicidas apostados en cada esquina de mis intestinos dispuestos a explotar en elmomento menos esperado y oportuno. La otra noche soñe que me cagaba en un inodoro para enanos, y, para agravar la situación de un modo insufrible, se hallaba inclinado bastantes grados hacia atrás de manera que inevitablemente me cagué la espalda y me oriné las rodillas. Los demás presentes en esa batería de baños de Liliput me recriminaban con rudeza el deficiente y desastroso uso que había hecho de la diminuta letrina.
Dormirme día a día pasadas las tres de la mañana me ha cargado con nopoca injusticia, años que aún no tengo encima. Las ruidosas conversaciones de los grillos en el silencio de las noches abandonadas me han obligado a caminar sin cálculo en el umbral de una realidad aborrecible. Una realidad insensata e insalvable poblada de fantasmas erráticos, despóticos, intransigentes; su grosera y ruín insensibilidad hiere hasta los huesos, hasta que poco a poco te vas volviendo como ellos, el reloj corre con su incesante tic tac a tus espaldas, sientes como las manos sagradas, oscuras e inapelables del tiempo te empujan sin clemencia entre eso que detestas, que con lo más fuerte de tu espíritu aborreces; lentamente convirtiéndote en un fantasma, en otro hijo de puta insensible y sin sentido, pausadamente, sin afán, transformándote, observando con un horror diabólico tu propia metamorfósis, el cambio paulatino pero seguro a eso que nunca quisiste; las cadenas se cierran cada vez con más fuerza y se pierden las insignificantes huelllas de tú espíritu; la salida, el escape, se hallan cada vez más lejos, más inalcanzables que el horizonte, y son una idea casi tan hipotética e insulsa como el horizonte mismo.
Últimamente he notado con algo de sorpresa que hay una parte de mi que no conozco y que probablemente nunca llegue a conocer. Se manifiesta exclusivamente cuando estoy borracho. En las noches delicor se apodera de mi por algunas horas, en las que nadie, -ni yo mismo- dan razón de mi humanidad, y siempre se manifiesta a través de una ilógica e injustificada desaparición. En una ocasión llegué a casa empapado como si, en horas de la madrugada, me hubiése echado placidamente y sin reproches en cualquier piscina. Este sujeto me asusta, no se me haría extraño que en una de esas me despierte y me llegue la Fiscalía con una orden de captura porque el -yo- cometió un asesinato múltiple.
Siento ante la rutina, el mismo miedo espantoso e irrefrenable que sentí ante los inodoros de los enanos; por eso, como la otra noche...

Tuesday, October 03, 2006

La balada de Morelli (fragmento)


Los muchachos de la banda fueron a lo de Morelli, la vieja siempre tan querida recibiéndolos con limonada y empanadas. La visita era lo mismo de siempre pero sin Morelli, tratando de evitarle como a un muerto, hablando tranquilamente del buen trabajo que el caspa de Morelli había conseguido en Bogotá; finalmente yo sabía que mi muchacho estaba para grandes cosas, algún día sucedería y finalmente ya venía siendo hora. Memo y el cerdo mirándose con una sonrisa fingida, la realidad tras los barrotes tan alejada de esa mentira; porque no había ninguna Bogotá, ni trabajo, sino cárcel modelo y los cigarrillos que ya escaseaban. El problema sería cuando no llegara dinero de Morelli, aunque los hijos son por lo general tan desagradecidos. Los muchachos terminándose la empanada sin apuros y despidiéndose de la señora Morelli, que les despedía diciéndoles que en lo que hablara con Morelli le mandaría recuerdos de ellos; de los muchachos, cómo han crecido, sobre todo Memo que era un flaco asmático, y ahora todo lo que es. Hasta luego muchachos, vuelvan cuando puedan.

El tiempo pesaba a Morelli como un camión. Día tras día se levantaba para ser pisoteado en esa calle de confinamientos, de poder punitivo, de arrepentimiento; a veces dejaba escapar una lágrima que caía al suelo mientras la brasa del cigarrillo no dejaba de arder. Memo que ya no veía casi a los muchachos de la banda, ahora todo el tiempo pensando en los preparativos de la boda, día y noche adorando a la Lola, ya no había tiempo para la calle; ahora sólo negocios lícitos; porque Morelli, y dos veces imposible. La cárcel le deprimía y no le había visitado sino en dos ocasiones, llevándole el cartón de cigarrillos y casi sin hablar, aunque por lo general la Lola, si vieras Morelli, de pronto en febrero. Aunque hablar de tiempo en frente de Morelli era brutal, crueldad ilimitada; en ese letargo donde la esperanza se desvanece cada miércoles con una certeza abrumadora; aunque la doble instancia, aunque el tiempo; en una de esas Martínez agiliza algo, es cuestión de esperar.