Saturday, July 29, 2006

MADRID, 1997 (texto muy incompleto)

Un acontecimiento particular y aislado en el año de 1997 no suele despertar de manera alguna la atención de la gente. No pretendo hacerlo, pues ontológicamente nada es menos importante que los falaces sucesos que pretendo referir, y que habitan más en mi imaginación que en mi memoria. Una imagen me obligó a recordar esa temporada del 97 en donde el resto del mundo y del tiempo dejaron de ser para mi importantes; ahora que si bien no puedo decir que haya envejecido, la felicidad en la vida está para mi vedada, la sincronía nunca fue mi amiga y el tiempo jamás estuvo de mi lado.

No había hablado con Natalia en años, y me di cuenta lo infranqueables que resultan las barreras que el olvido impone. Un papel en el correo no es más que eso, un papel lleno de tinta borroneada que llega a tus manos probablemente desde el otro lado del mundo, o desde el apartamento de al lado, son estas cosas que se dan en el cotidiano y fastidioso vivir y que a nadie interesa descifrar.

No me impresionó mucho que me escribiera ahora en la inmensa distancia de los años, y leí su carta breve y cordial, de la cual hice una bola de papel que tiré al momento en la papelera. Me quedé con la foto que venía dentro del sobre que hizo que me sentara a escribir recordando aquellos meses en Madrid, el humo, la noche, en una palabra; la felicidad.

La foto era simple: Natalia recortando con la silueta de su rostro un puerto perdido en Venecia, la mirada extraviada en el reflejo del sol que golpeaba en la caída de la tarde con una violencia quieta, el agua imperturbable y las góndolas como pinturas esbozadas sobre la oscuridad insondable del agua y de la tristeza cuidada con celo por años de Natalia. Todo en blanco y negro.

Pasaron meses y por más que lo intentaba era incapaz de redactar el relato, pues la magia fría de aquel entonces estaba casi hecha cenizas, reavivar el fuego con palabras insensibles, insensatas, vacías, mudas, inexplicables; me fue imposible. Lo único que logre fue una dedicatoria, cosa bien estúpida si se piensa que aún no hay nada que dedicar, que decía más o menos así: “A usted, quien probablemente nunca lea este relato, y quien a través de una imagen de un puerto que nunca viví, me obligó, por fuera del imperio de la distancia y el tiempo, a exorcizar a través del brillo ahora extinto de sus ojos verdes, los demonios y la tristeza que ocupan mi corazón”.